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Safari otoñal: postales para entender por qué «no es lo mismo el otoño en Mendoza»

Estamos viviendo la estación de la pausa, el detalle y la conexión. Te proponemos rutas, paseos y momentos para vivir el otoño en modo slow, con cámara en mano y sin apuro.

Personalmente, el otoño me parece una de las estaciones más lindas del año. En Mendoza, todo se transforma en un escenario casi mágico: colores cálidos que cambian con el correr de los días, hojitas que caen y crujen con cada paso. Es un momento del año que invita a bajar un cambio y dejarse llevar por la energía que nos rodea.

Y como las cosas buenas hay que aprovecharlas, te traemos la excusa perfecta para redescubrir la provincia a través de la mirada: armar tu propio safari fotográfico. ¿Safari fotográfico? Sí, así como suena. La idea es salir a explorar con el celular en mano, pero más que buscar la foto perfecta, se trata de conectar con el momento. Mirar con otros ojos, capturar los colores, los detalles, lo simple. No hace falta ser fotógrafo: solo hay que estar ahí y mirar con atención.

Una pausita urbana: plazas para capturar la ciudad

Toda la ciudad de Mendoza, teñida de naranja, invita a ser vivida. Uno de los lugares que más me gustan para quedarme un rato es la Plaza Italia. Ya sea en los bancos que rodean la fuente o tirado en el pastito, todo tiene esa mezcla justa de movimiento y calma. Si vas temprano, podés pedirte un cafecito con algo rico en el MTA (Av. Perú 765); si llegás al mediodía, un buen sánguche en Guchini (Av. San Lorenzo 577). Es plan instalarse a charlar, mirar el cielo, sacar un par de fotos de lo que estés comiendo o de quien tengas al lado.

Pero no te quedes solo ahí. La Plaza España también merece una parada: en otoño, los colores hacen un contraste soñado con los mosaicos azules y blancos que decoran los bancos, pidiendo ser fotografiados. Siguiendo con el recorrido, la Plaza Chile, más tranquila y llena de palmeras y árboles, es ideal para hacer una pausa de sombra y silencio. Y la Plaza San Martín es un lugar perfecto para sentarte en el pasto a leer. 

Si te dan ganas de seguir, caminá por Emilio Civit hasta el Parque General San Martín, que por sí solo ya es un plan. Lo podés recorrer con calma, perderte entre sus caminos o elegir un lugarcito y dejar que el tiempo pase ahí. Cada sendero tiene su propia postal: desde hojas en el suelo hasta reflejos dorados en el lago. Es un festival de imágenes para quienes disfrutan mirar pausadamente.

Manzano Histórico: un refugio visual con aroma a hojas

El otoño en el Manzano es otro spot que te deja con la boca abierta: los árboles explotan en amarillos y rojos intensos, y el cielo parece pintado a mano. Todo ahí invita a bajar un cambio: a frenar, a mirar, a estar.

El plan es simple: preparar el mate, llevar un abrigo, frenar en algún puestito al costado del camino para comprar unas tortas fritas y salir a buscar ese lugar donde vas a querer quedarte un rato. Puede ser cerca del monumento, a orillas del río o bajo algún árbol que te invite a hacer pausa.

Las fotos, si aparecen, que sean sin pensarlo mucho. Porque lo mejor de estar ahí no se ve: es esa tranquilidad que, sin darte cuenta, te invade por dentro. Pero si algo te mueve a sacar el celular, lo más probable es que las imágenes no terminen de captar lo lindo del momento.

Valle de Uco

El Valle de Uco en otoño se convierte en un escenario donde la naturaleza despliega su paleta más cálida y envolvente.Los viñedos se tiñen de tonos dorados y rojizos, mientras que la luz suave del atardecer realza cada rincón del paisaje. Realizar un safari fotográfico en esta temporada no solo permite capturar imágenes impresionantes, sino también conectar con la serenidad y la belleza que ofrece este rincón de Mendoza.Instagram

Más allá de las postales perfectas, la experiencia invita a detenerse y apreciar los detalles: el crujir de las hojas bajo los pies, el aroma a tierra húmeda y el silencio que envuelve las montañas. Es una oportunidad para redescubrir el entorno con una mirada pausada, donde cada fotografía se convierte en un reflejo de momentos vividos con intensidad y calma.

Calle Cobos, Agrelo: vino, charlas al sol y postales sin filtro

Agrelo, específicamente la calle Cobos, es uno de esos lugares que recuerdan que no hace falta un plan detallado para tener un día memorable: se trata de manejar sin apuro, frenar cuando algo llame la atención, bajarse, caminar un rato, respirar hondo.

Entre curvas, aparecen bodegas y restaurantes que invitan a entrar y sentarse afuera, al solcito, con una copa de vino mientras dejás que las horas pasen. Cada uno, con sus propios menús, hace que los platitos, con ese fondo otoñal, se disfruten el doble.

Pero más allá del vino, lo que realmente importa es ese tiempo que uno se da para no correr. Las vistas son tan cinematográficas que cuesta no sacar una foto, aunque lo mejor sigue siendo lo que no se retrata: una charla sin prisa, el viento suave, el sol de la siesta tocándote la cara.

Una vuelta por Chacras de Coria

Chacras tiene una magia difícil de explicar. Las calles angostas, decoradas con plantitas y árboles, hacen que todo se sienta más pausado, más íntimo. El plan acá es sencillo: caminar o andar en bici sin rumbo, dejándose llevar.

Podés arrancar por las calles principales y después meterte en esas transversales que no figuran en los mapas turísticos pero esconden jardines secretos, casonas antiguas y detalles que merecen ser descubiertos y fotografiados. Otra opción es sumarte a la ciclovía que atraviesa gran parte de la zona: ideal para recorrer despacio. Al atardecer, la luz tenue transforma cada rincón en una postal. Porque Chacras es de esos lugares donde la foto es solo una excusa perfecta para detenerse.

Y si hay algo que no puede faltar para cerrar el paseo, es una parada en alguna panadería, café o parador de barrio que llame la atención y te invite a quedarte un rato más.

Montañas, silencio y sanguchitos caseros: capturar Potrerillos

Si hablamos de lugares icónicos en Mendoza, Potrerillos, sin duda, se gana uno de los primeros lugares. Está lo suficientemente cerca como para ir y volver en el día, pero lo bastante lejos como para sentir que te fuiste de todo.

Ya desde la ruta, el paisaje empieza a marcar el tono: montañas imponentes, colores terrosos, cielo infinito. El camino merece su propia pausa: hay tramos que invitan a frenar, bajar un momento y sacar una foto de esas que no necesitan filtro, especialmente al atardecer.

Cuando llegás, el plan ideal es sacar algo rico para comer, una mantita, y elegir ese rincón donde el tiempo no apure. Sanguchitos caseros, el sonido del agua del embalse y los silencios interrumpidos por el viento: la receta perfecta para una tarde en modo desconexión total.

Uspallata: un refugio entre las montañas

Si tenés ganas de un plan más contemplativo (y romántico, si se quiere), Uspallata es la jugada. Rodeado de cerros y con un aire tan puro que parece resetearte el cuerpo, es el destino ideal para una escapada de fin de semana. Podés quedarte en un domo o en una cabaña, rodeado de naturaleza y lejos del ruido. La clave está en prepararlo todo antes: pasar por la ciudad, elegir un buen vino, algo rico para cocinar o picar, cargar el auto y salir rumbo a la desconexión total.

Allá, el tiempo corre distinto. Las noches invitan a abrigarse, salir al aire libre y mirar el cielo. Lejos de las luces de la ciudad, aparecen estrellas fugaces y se aprecian las constelaciones. Fotográficamente, es un paraíso. Emocionalmente, también. Es de esos lugares donde la cámara se queda corta, pero igual querés intentar retratar el momento.

Y si sos fan de los relatos paranormales, pedile a algún local que te cuente alguna historia o mito del lugar.



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