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“No me siento cómodo con las películas livianas”

El cineasta uruguayo César Charlone pasó por Mendoza. Nominado a un Oscar por la fotografía de Ciudad de Dios, y multipremiado por este y otros trabajos, desestigmatiza a Hollywood pero elige trabajar en proyectos que tengan que ver con la realidad de América Latina.

En el marco del ciclo de cine latinoamericano “Cine Cercano” que se llevó a cabo en el Espacio Cultural Julio Le Parc, INMENDOZA.com conversó en exclusiva con el realizador uruguayo César Charlone, quien presentó la película que co-dirigió en 2007 junto a Enrique Fernández, “El baño del papa”, premiada en San Sebastián y otros prestigiosos festivales internacionales.

César nació en 1958, en Montevideo, Uruguay, pero a los 19 años se fue a Brasil con la firme intención de estudiar cine. “En aquel momento mi padre había sido nombrado embajador en Chile, y yo no quería vivir en la casa de un embajador porque iba contra mis principios. Quería estudiar cine y no había una escuela en Uruguay. Tenía dos alternativas: Córdoba (Argentina) y San Pablo (Brasil). Y nosotros en Uruguay tenemos una especie de política pendular cultural, por lo que me atrajo más Brasil”, cuenta acerca del porqué de su elección.

Ese fue el comienzo de una larga travesía que lo vincularía al séptimo arte para el resto de su vida. Después “piró” y se fue para Europa; estuvo tres años y medio lavando platos, haciendo camas en hoteles y viendo cine. “Fui en busca de una escuela que quedaba en Polonia, pero me encontré con Londres y me instalé ahí, donde había mucho cineclub y una movida que se llamaba The Other Cinema, que eran salas tipo cinemateca donde pasaban filmes independientes. Hice ese tipo de vida hippie tratando de formarme, fue una especie de posgrado autodidacta”, cuenta hoy.

 

Cine Uruguayo
Charlone recibió múltiples premios por la fotografía de “Ciudad de Dios”.

 

Volvió a Brasil, y al tiempo llegó la invitación para ir a Cuba. “Yo tenía una inquietud muy grande por Cuba y por lo que significaba para mi generación. Me fui a ayudar a fundar la Escuela de Cine de Cuba, San Antonio de Los Baños. Voy como maestro invitado pero termino como Jefe de Cátedra de Fotografía. Y lo que es una invitación para 6 meses se convierte en una tentación y me quedo 3 años y medio. La escuela era la niña mimada de Fidel, él iba una vez por semana. Yo soy un defensor de la Revolución Cubana, con muchas críticas y muchos defectos, pero siempre estuve comprometido con ese proyecto”, recuerda César.

Y fue en Brasil, cuando empieza a hacer un comercial detrás de otro, que César conoce a Fernando Meirelles, director de “Ciudad de Dios”, filme que catapultó a Charlone como uno de los directores de fotografía que merece reconocimiento internacional, aunque él admita: “no soy fanático de Ciudad de Dios”. Por esa gran película estuvo nominado al Oscar, y fue premiado y reconocido en festivales de todo el mundo.

“Él no era cineasta, venía de la arquitectura y quería a alguien que lo ayudara a realizar cinematográficamente sus comerciales y video clips. Entonces me llamó y empezamos a hacer comerciales juntos. ¿Si somos amigos? Bueno… Fernando es un tipo complicado, es muy cerrado. Y por otro lado es el jefe. Entonces esa situación capitalista del jefe y el empleado es medio ingrata. Yo lo quiero mucho, y también a su familia, pero no me emborraché nunca con él. Y ese es el termómetro de la amistad para mí: emborracharse, sincerarse a más no poder”, asegura César.

 

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“No hago otra cosa que involucrarme”, dice respecto de la política, siempre presente en sus decisiones.

 

Aunque parezca mentira, Charlone le dijo que no a Meirelles la primera vez que el brasilero lo convocó para trabajar juntos en una película: “me parecía que el film (“Domésticas”, 2001) no solo no contribuía socio-políticamente, que no tenía ningún compromiso, sino también que hasta tenía un poquito de desprecio por las empleadas domésticas. Le dije a Fernando que no la hacía y él me dijo: ‘bueno, pero en la próxima cuento contigo’. Y esa próxima fue Ciudad de Dios. Más tarde me llamó para hacer ‘360’, pero la leí y no me sirvió para nada”.

Tampoco aceptó trabajar en proyectos de Spike Lee, Sean Penn (concretamente le dijo que no a “Into the wild”) y Gore Verbinski (no le interesaba hacer “El llanero solitario”). “No me siento cómodo con las películas ‘livianas’, prefiero algo que me sorprenda y me emocione porque significa una propuesta de cambio, una denuncia, etc. Y por otro lado, no me interesa hacer una película sobre la guerra civil estadounidense… tiene que ser un proyecto que tenga que ver con nosotros, con nuestro universo latinoamericano”, asegura.

Y es que la carrera de César, y su vida misma, siempre estuvieron relacionadas con la política. Desde la misión diplomática de su padre y su decisión de no formar parte de ese mundo, hasta sus proyectos laborales, pasando por sus juveniles actividades como militante.

 

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La elección de los lentes, el encuadre, la textura de la luz, forman parte de la creación visual de un director de fotografía.


“Yo creo que no hago otra cosa que involucrarme. Cuando viví en Londres formamos un comité de solidaridad con América Latina y denunciábamos la dictadura, las torturas, etc. Cuando volví de Europa empecé a hacer documentales políticos y abrí una empresita mía que se llamaba ‘Monte Video’, que era productora y exhibidora. Llevábamos cine político a los barrios”, cuenta César, y afirma que “carga” con él el “inconveniente” de ser de la generación ’68: “Soy como una musulmana, que podrá liberarse pero siempre va a llevar el prejuicio del burka y todo eso; yo por más que me libere, siempre voy a tener eso de que había que cambiar el mundo, había que hacer una revolución… soy medio ‘panfletoso’. Cuando tomo cualquier decisión sobre el trabajo, la política está absolutamente involucrada. Y he dejado de hacer muchas películas afuera para las que me llamaron, porque significaba estar largos meses lejos de esta realidad”.

 
Y así, entre pasado, presente y futuro, Charlone nos dedicó unos valiosos minutos antes de la presentación de su película.

 
¿Es la primera vez que venís a Mendoza?

 
No, vine una vez hace mucho, iba de paso a Chile y una noche fuimos al cine mi novia y yo, y me quedó grabada una imagen de esa visita. Estaba en un cine y adelante, en esa especie de corredor, había como cinco cochecitos de bebé. Me llamó la atención, nunca había visto que la gente con tal de ir al cine llevara a los bebés. Me quedé observando un poco eso y veía que cuando lloraba uno, se levantaban cinco madres porque no sabían cuál era el que lloraba. Me encantó esa imagen de Mendoza y la guardé.

 

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Charlone junto al presidente uruguayo José “Pepe” Mujica.

 
 
¿Cuál es el rol de un director de fotografía en una película?

 
El director de fotografía es un interlocutor porque el cine es un trabajo de equipo y el director está muy solo. Entonces estos “socios” de su creación son importantes.

 
El rol es el de llenar todo el espacio de creación de la imagen que deje el director. Con eso quiero decir que hay directores que tienen muy claro qué imagen quieren. Hitchcock por ejemplo, era un director que sabía qué lente usar, cómo quería la luz… y entonces el director de fotografía ahí era un mero ejecutor. Otros directores se preocupan mucho más por el guión y por la relación con el actor, y dejan al director de fotografía este espacio para la creación.

 
Dentro de la creación visual está la elección de los lentes, el encuadre, la luz, la textura de la luz… Esta escena, por ejemplo, de la periodista entrevistando al cineasta, ¿la hacemos en un café?, ¿contra la ventana?, ¿va a ser día o de noche?, ¿cómo van a estar vestidos? Hay una creación conceptual, artística y narrativa.

 
Ya has trabajado junto a grandes del cine, ¿hay alguien con quién te gustaría trabajar?

 
Te voy a ser franco, me he decepcionado un poquito porque de repente, gente como Spike Lee, con quien trabajé y de quien esperaba aprender mucho, no aprendí nada. Gore Verbinski, que hizo cosas interesantes como Rango, un dibujo animado, es un tipo que yo respeto, es copado. Pero un día me llamó para hacer El llanero solitario con Johnny Depp, y la verdad es que no me interesó.

 
Así que no es de agrandado, pero quiero trabajar con el director que me mande una buena idea. Y eso está costando…

 

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“El baño del papa”, la película que codirigió junto a Enrique Fernández.

 
 
El cine latinoamericano, ¿tiene una identidad?
 
Creo que hay semejanzas o familiaridades que tienen que ver con la temática, hay universos en los que nos parecemos. Tenemos en común una historia joven, que estamos en desarrollo. La gran mayoría tiene 30 años de democracia porque vivimos más o menos el mismo periodo de dictaduras. Eso se puede reflejar en las temáticas, pero no hay semejanzas estéticas ni de estilos.

 
¿Puede ser que el cine latinoamericano sea una especie de equilibrio entre el cine independiente y el mainstream hollywoodense?

 
Desde el momento en que surge la televisión nos estamos buscando, estamos tratando de encontrar el espacio. Campanella hace Metegol, que es genial, colocándose en el primer nivel del cine hollywoodense. Netflix está haciendo miniseries y películas exclusivamente para internet.

 
Creo que el cineasta desde el momento en el que encara una película quiere llegar a la mayor cantidad de público, pero tampoco quiere hacer tantas concesiones…

 
Y me encantaría sacarle esa importancia a Hollywood… tiene ese estigma porque es la ciudad donde se produce la mayor cantidad de cine del imperio más rico del mundo. Coinciden esas cosas, pero en Ciudad de México también hay un productor que quiere hacer mucha taquilla y que va a buscar al mejor actor de México; lo mismo pasa acá. Cuando llamás a Darín, lo hacés porque te va a garantizar público, Darín es el Brad Pitt de acá. Y si tenés más presupuesto a lo mejor el día de mañana lo vas a llamar a Brad Pitt, porque vos querés que a esa película la vea todo el mundo.

 

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Comprometido con la realidad latinoamericana, hoy Charlone vive entre Brasil y Uruguay.


¿Cómo es trabajar con actores no profesionales, como en Ciudad de Dios?

 
Es bastante frecuente y no es nuevo, se hizo siempre. Los actores no profesionales se usan para que hagan el papel de sí mismos, en general. Cuentan lo que ellos saben. La diferencia con un actor profesional es que este consigue hacer eso porque tiene la técnica. A Al Pacino le puedo pedir que haga Hamlet y que haga de marginal. A un marginal no le puedo pedir Hamlet.

 
¿Qué alegrías o recompensas te da tu trabajo?

 
El cine es muy duro de hacer, entonces vos querés una gratificación, que puede ser una estatuilla preciosa u otra cosa. Puede sonar demagógico pero tuve una gran satisfacción con El jardinero fiel. Un amigo vio la película en Nueva York, en una de esas proyecciones que hacen con formadores de opinión. Estaba Hillary Clinton que era candidata a presidente en ese momento. Cuando la gente salía medio amontonada de la sala, mi amigo escuchó que Hillary le comenta a un asesor: ‘Qué impresionante esto de las empresas farmacéuticas, tenemos que investigar bien e incluir este tema en la campaña’. Entonces para mí significa que valió la pena. Alguien escuchó el mensaje.

 
Hablemos de El baño del papa, la primera película que codirigiste.

 
Como largometraje es la primera dirección, pero yo venía dirigiendo otras cosas, muchos documentales y comerciales. Para mí era una cosa natural y tan natural es dirigir como dejar de dirigir. Muchos piensan que porque dirigí voy a dejar de ser director de fotografía. No. Yo voy y vuelvo feliz de la vida.

 

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Imagen de “Ciudad de Dios”, dirigida por Fernando Meirelles.


Corre 1988. En ciudad de Melo, una pequeña población de Uruguay, los ciudadanos se preparan para la histórica visita del papa Juan Pablo II. Se dice que recibirán alrededor de 50 mil visitantes, entonces el pueblo prepara comestibles y objetos para vender, confiando en que esto les traerá desarrollo económico. En medio de los preparativos, el personaje de esta historia, Beto, se las ingenia para ofrecer los servicios de baño público a los visitantes, construyendo un baño frente a su casa. Al final el papa llega a Melo, pero no la cantidad de peregrinos que se esperaban.

Ese es el argumento de El baño del papa. ¿Creés que el hecho de que el papa Francisco sea noticia todo el tiempo, hace que esta película pueda estar de moda, volver a mostrarse 7 años después?

¿Vos sabías que con el papa Francisco pasó algo similar? Cuando estuvo en Río de Janeiro hubo unas intensas lluvias que complicaron las cosas y tuvieron que cambiar de localidad. Iban un millón de personas y la gente se había preparado para esa visita comprando cosas ¡y construyendo baños! En ese momento, mucha gente me escribió, diciendo: “Mirá, ¡tu premonición!”.

 
De hecho cuando lo eligieron a Bergolio, la mujer que distribuye la película en Estados Unidos, me hizo un fotomontaje en Photoshop con el papa Francisco mostrando el dvd de El baño del papa.

 
Volviendo a Francisco, es una gran figura este papa, le está haciendo un lindo bien a la iglesia.

 
Uruguay, ¿tiene un Darín o un Suar que aparezca en “todas” las películas?

 
Cesar Troncoso, el protagonista de El baño del papa, podría ser. Lo que pasa es que no tenemos una industria como la de ustedes. Y si Argentina tuviera el tamaño de EEUU, habría más “Darines”. Por eso allá tenés a Robert de Niro, a Leonardo Di Caprio y a tantos otros. A la gente le gusta ver caras conocidas.

 

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El cineasta uruguayo evalúa proyectos para después del Mundial.



Otro fenómeno que se me viene a la cabeza: en Argentina hemos prácticamente adoptado a Natalia Oreiro y a Daniel Hendler, importados directamente de Uruguay…

 
Ustedes también adoptaron a No te va gustar, La vela puerca y tantos otros. Hendler y Oreiro vienen de un país de 3 millones de habitantes. Sobrevivir en un lugar de ese tamaño es muy difícil. Es la búsqueda de mercado, es natural. Un suceso de taquilla en Uruguay es un público de 30 mil espectadores, un público de teatro en Buenos Aires. En Mendoza lo mismo… es natural que un cineasta mendocino piense en Buenos Aires. Uruguay es una “Mendocita”.

 
¿Seguís viviendo en Brasil?

 
Viví en Brasil, me mudé a Uruguay, volví a Brasil… Pero todo tiene que ver con la familia. Ahora que mis hijos (en San Pablo) están grandes y no precisan de mí las 24 horas, estoy tratando de estar más en Montevideo, con proyectos ahí. Estoy cada vez más viviendo en Uruguay.

 
¿Cuáles son tus proyectos?

Mi más reciente trabajo, que hice el año pasado para HBO, se llamó Destino: Río de Janeiro. Dirigí dos episodios de la miniserie, fue una linda experiencia.

He estado medio desestimulado con respecto al cine. Me han seducido más las series como Breaking Bad, Mad Men, House of Cards, Game of Thrones. Creo que está ahí lo más importante de la dramaturgia hoy. Ahora estoy tanteando internet y las web series. Algo por internet puede llegar a mucha más gente. Siento que es mucha energía, mucho trabajo hacer algo que termine siendo visto por 2 mil o 3 mil espectadores nada más.

Porque trabajé muy duro el año pasado y porque este año hay Mundial, decreté semestre sabático. Además es año de elecciones en Brasil y en Uruguay, así que me interesa estar gravitando ahí. Y estoy evaluando proyectos para el segundo semestre, pero no ficción sino documental.

 

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“Las semejanzas en el cine latinoamericano tienen que ver con las temáticas”, asegura.

 
Tu top 5 de películas latinoamericanas de todos los tiempos.

 
Ufff, es difícil, dejo a muchas afuera… pero bueno:

 
-“La Hora de los Hornos”, de Fernando «Pino» Solanas y Octavio Getino. 1968.
-“La batalla de Chile”, de Patricio Guzmán. Documental constituido por una trilogía de películas que relata los eventos ocurridos en Chile entre 1972 y septiembre de 1973. 1975.
-“La Patagonia rebelde”, de Héctor Olivera. 1974.
-“El secreto de sus ojos”, de Juan José Campanella. 2009.
-“No”, de Pablo Larraín. 2012.

 

 

 

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