Tatiana Faingold Campoy vive en un vaivén de ciudades, rodajes y emociones, sin un código postal fijo. Nació en Mendoza y apenas terminó la secundaria se mudó a Buenos Aires para estudiar Dirección Cinematográfica en la Universidad de Cine. Desde niña tenía muy en claro que su destino estaba ligado al arte: “Yo decía que iba a hacer películas, que me iba a convertir en artista”.
Y no tardó en empezar a formarse o mejor dicho, en darle forma a su sueño. A los 2 años le dictaba a su mamá “guiones” y en su viaje de 15 por Estados Unidos, se inscribió en el summer camp de la New York Film Academy, con sede en Los Ángeles. “Yo no podía creer lo que estaba viviendo. Tenía profesores que eran enormes y de repente encontré que mi mundo, ese mundo que imaginaba, sí existía y que se podía estudiar”, cuenta con la misma sorpresa que la invadió en ese entonces.
Su primer videoclip fue “Me ilusionaste” para el mendocino Nico Palomares y desde ese producto, no paró más. Creó la tapa del disco “El camino de la libertad” de Gauchito Club, trabajó con Mi Amigo Invencible y con Axel; a Santi Muk le hizo la escenografía para el Vorterix y con Batos se divierte innovando, lo hizo en el show inmersivo de la banda del 17 de mayo pasado en la sala circular del espacio Le Parc. Solo por nombrar algunos de los artistas y amigos con los que ha trabajado.
“Soy muy ambiciosa, con lo que hay trato de hacer lo más lindo que se pueda. Creo que mi sello está en que soy una persona muy soñadora, me puedo disociar muy fácil y me llega todo a través de imágenes”, revela la joven que nació en una familia ligada a la música: su papá Marcos y su tío Natalio Faingold como así también su prima Sara Campoy y Ángela ‘Angie’ Aparicio Faingold.
Una sensibilidad que toma forma
Tati, como la mayoría la conoce, no solo dirige películas sino también crea escenografías, diseña tapas de discos, fotografía digital y analógica, escribe guiones y produce proyectos sin importar donde viva el cliente. Pero algo que no hace ni hará, es separar todas esas disciplinas que la completan y la hacen ser ella misma. “Soy muy volátil con mi trabajo; hay música, cine y publicidad y a la hora de darle forma a un proyecto no hay manera de no imaginarme todo el universo, no puedo separar la dirección del arte de la dirección creativa”.
Su forma de trabajar es tan emocional como visceral, como ella misma lo confiesa: “Soy una persona que siente un montón, tengo una sensibilidad muy grande” y así es que cada proyecto que toma es un universo emocional, donde su principal objetivo es conmover: “Para mí, un trabajo bien logrado es que alguien vea una película, por ejemplo, y se vaya de la sala con una sensación distinta a la que tenía cuando llegó. No importa si es enojo, tristeza, felicidad… lo que busco, es que la persona sienta”.
“Soy rupturista en todas las formas pero sé poner los pies en la tierra”, comparte la joven a la que le encanta leer, dibujar, escuchar todo el día música, bailar y escribir, “tengo mis cuadernos de mi sueños, ahí bajo todo lo que sueño en las noches, porque ahí nacen varias de mis ideas”.
La fotografía es otro de sus pasatiempos y con solo 22 años, expuso en el ECA fotografías de rock en Pogo, la muestra que acompañó la exhibición de la gran artista fotográfica Nora Lezano, llamada FAN. Apenas arrancado su camino artístico, ya compartía escena con los más reconocidos.
El equilibrio como meta
Más allá de la libertad creativa, Tatiana entiende que cada propuesta -sobre todo si involucra a otras personas- requiere un equilibrio delicado. “El mayor desafío cuando trabajo con un cliente es no perder mi esencia ni olvidar que detrás hay un artista que quiere comunicar algo. Ese equilibrio entre lo que soy y lo que se busca, es lo que hace que un trabajo esté bien logrado”, reflexiona.
Lejos de hacer arte por arte, la cineasta que ha participado en varias ediciones del José Ignacio International Film Festival (Uruguay) busca que el resultado represente al cliente y también a sí misma: “Si el trabajo no me representa y no deja feliz al cliente, no está completo”. Y no es raro que, en ese proceso tan comprometido, termine forjando vínculos profundos: “Paso horas hablando y nos volvemos amigos, ¿cómo voy a hacer un proyecto en el cual no entiendo el sentimiento del artista?”.
Escenarios que respiran emoción
Uno de los sellos más fuertes de Faingold Campoy es la creación de atmósferas. A partir de lo intangible como una idea, una canción o una sensación, ella construye mundos sensibles, estéticos, vivos. “Cada propuesta es un mundo y me siento una privilegiada porque el artista, al traerme su disco, me está trayendo su mundo y yo le estoy dando vida, lo hago tangible”.
Para ella, fusionar música e imagen es esencial. “La música ya dice un montón por sí sola, y si le agregás una imagen que la complemente, se convierte en una experiencia increíble. Va completando los sentidos y le da más sentido porque para mí la realidad por sí sola no alcanza para explicar las cosas”.
Y eso lo podemos constatar al ver las promos donde participó, la de colchones Calm, Coca-Cola o para la Copa América, por solo nombrar algunas. “Yo siempre veo más allá de las cosas, es algo innato en mí, no me limito con lo que hay o con lo que falta”.
Tati Faingold Campoy y su primera obra
Después de años dedicados a proyectos ajenos, Tati está enfocada en algo propio: su ópera prima, la cual no va a encasillar en corto o largometraje, dejará que tome su propio rumbo. “Lo escribí hace cinco años, y ahora que me recibí y tengo más tiempo, me estoy sentando a encararlo”, dice con entusiasmo. Ésta será su carta de presentación como autora, un trabajo donde todo -dirección, arte y sensibilidad- converge en un mismo lenguaje: el suyo.
“Mi sueño es crear sin límites. Que no me importe el tiempo, el formato o el género. Lo que me importa es poder decir lo que quiero decir”.
Crear, incluso en crisis
En un contexto de incertidumbre para el mundo artístico, Tati tiene muy en claro que hay que seguir creando. “Sé que es difícil, pero el creador puede crear. Y eso es algo que no te lo puede sacar nada ni nadie ni ninguna situación”. Su consejo es hacer: “Juntémonos, hagamos un corto, filmemos, dibujemos, armemos algo con lo que tenemos. La creación siempre está en nuestras manos. No dejen de crear y cuando se pueda, se materializará la idea”.
Cree profundamente en el poder de transformar la pausa en impulso: “Tenemos la salida en nuestras manos. Aunque sea con un celular, un cuaderno, una pintura, una cámara prestada… El arte es lo que nos salva y lo podemos seguir haciendo”.
Mendoza: un semillero potente
Aunque lleva años trabajando y formándose fuera de la provincia, Tati sigue de cerca la escena local y se entusiasma con el crecimiento que nota: “En la música, Mendoza ha crecido un montón y en el cine también. Me encanta ver nuevas propuestas, nuevas personas creando. Ojalá se siga abriendo todo y la gente que quiera dedicarse al arte lo pueda hacer. Me emociona ver eso”.
Cree, además, que la provincia tiene un potencial enorme para comunicar desde su esencia: “Este lugar tiene de todo. Me encantaría que se muestren campañas que realmente reflejen la identidad de Mendoza”.
Soñar como forma de resistencia
Tati no solo se dedica al arte: respira arte, vive de él y por él. Es sensible, rupturista, emocional y apasionada. Sueña con poder mostrar su obra, con no dejar de imaginar mundos imposibles y luego darles forma con las manos. “Ojalá nunca deje de soñar. Y que pueda seguir creando todo lo que tengo en la cabeza. Porque para mí, esa es la manera de comunicarme con el mundo”.
Y mientras sigue soñando y creando mundos, Mendoza siempre está en su radar: como origen, como inspiración y como lugar al que vuelve para compartir lo aprendido”.
En un momento donde todo parece incierto, su mensaje es potente: “Nunca dejen de crear. Y si tienen miedo, háblenlo, pidan ayuda. Siempre va a haber alguien que quiera acompañarlos. Porque la creación, como el amor, también salva”.