Esta es la historia de un cantautor sanrafaelino que un día agarró una guitarra, una renoleta y una viajera de voz dulce y se aventuró a recorrer el continente en 4 ruedas, compartiendo su música aquí y allá, regalando versos y vendiendo discos, llevando la música por las rutas de Sudamérica.
Se trata de Juan Alejandro Gato Woods Zabala, nacido en San Rafael hace 31 años y enamorado desde chico de la poesía, la música y el camino. «De tanto andar explorando senderos perdidos en la bici, siguiendo huellas con mi viejo, o acompañando a mamá a repartir leche de tambo por los distritos», cuenta. De grande, cuando vivía en Córdoba como estudiante de Comunicación, se enamoró también de Catalina Aulet (30). Y qué mejor forma de unir todas estas pasiones que cargarlas en un Renault R4 y sacarlas a recorrer Latinoamérica en un viaje inolvidable que comenzó el 18 de diciembre de 2011 y todavía continúa.
Yo me los crucé hace casi un año en Máncora, una playa al norte de Perú, y las raíces mendocinas nos volvieron amigos de inmediato. Desde entonces conozco su historia, y ahora les pido que me la vuelvan a contar para compartirla. Vía email y desde Copacabana, Bolivia, me llegan sus respuestas.
[divider]El amor por la música y la poesía[/divider]
«Si me pongo a pensar para atrás, el amor por la música viene de familia, de escuchar cantar a mis viejos en el coro, de mi mamá con la guitarra de su padre, de ver ensayar a mi tío Rubén con el fagot cuando venía a casa a visitarnos. De escuchar en el comedor de casa discos de Charly, Fito, Queen, Mercedes, León Gieco. De jugar a la música con mis hermanos. Siempre cuento que uno de los primeros recuerdos que tengo es el de mi mamá enseñándome a cantar, diciéndome “más arriba, más arriba… no, te pasaste, más abajo”».
«La guitarra llega en mi adolescencia. Por esa época yo sólo cantaba, ¡y más o menos!, pero me encantaba hacerlo. Y como en casa había una guitarra, empecé a jugar. Las notas las inventaba, los acordes, los tiempos, las palabras, todo siempre fue medio lúdico. No sé cuántas canciones compuse jugando, y así fueron llegando cada vez más. Emboscado por una amiga empecé a tocar en vivo. Organizó un show en un bar medio clandestino de Córdoba y me invitó a ver a un cantautor que resulté ser yo».
[divider]El viaje, Catalina y el último disco[/divider]
«Al principio del viaje Cata y yo no cantábamos juntos. Pero la necesidad, las horas de ensayo y quién sabe qué otro condimento mágico la pusieron a disfrutar de las canciones también. Ahora hace tres años que trabajamos juntos, hemos tocado en teatros, bares, restaurantes, hostels, buses y calles. La gira que comenzó el 18 de enero del 2012 en Osvaldo Bar, en San Rafael, Mendoza, nunca termino hasta el día de hoy».
La Mimosa (nombre con el cual bautizaron al Renault 4 anaranjado en el que viajan) ha recorrido valientemente ya seis países: Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela, y pronto se aventurará por Chile en el camino de vuelta a Mendoza. En total, unos 20.200 kilómetros.
«Durante este viaje/gira grabamos mi tercer disco de estudio, Días de andar (2014), junto a Catalina y Adrián Vázquez (acordeonista argentino) en formato trío. Fue grabado por Santiago Izquierdo de Ringo Discos (Córdoba) en un estudio móvil dentro de su combi. Se trata de grabaciones de la ruta, del camino, de Latinoamérica entera. Es un tanto roots, sus ambientes, sus audios; pero mantiene viva la mística de viajar al escucharlo, te lleva de viaje, de aquí para allá».
[divider]Hoy y mañana[/divider]
«Hoy estamos en Copacabana, Bolivia, a punto de partir para Chile, el séptimo país que recorreremos para volver a Argentina en noviembre. Nuestra Mimosa estará visitando Mendoza y presentando el espectáculo de la gira antes del cierre de la misma, que será en San Rafael el 18 de diciembre, exactamente cuatro años después de haber comenzado, en ese mismo lugar. Cantar en un lugar donde un amigo o un familiar está entre el público es como abrir un buen vino y brindar por el camino, como detenerse a cantar en la banquina, como desnudarse al sol», se emociona el Gato.
«Lo que sigue es Argentina, rodar por nuestro país como rodamos por todos los rincones del continente, presentarnos en todos los lugares donde podamos. Seguir agrandando la familia que nos regala vida, letras y melodías. Viajar largo y tendido te regala dos conciencias opuestas y reales: el mundo es inmenso y pequeño a la vez. Difícil que dejemos el camino del peregrino, «es inmenso el silencio en los sentidos del cantor»…», poetiza.
[divider]Ronda de anécdotas[/divider]
«Los shows en La Casa de la Cultura de Cuenca, Ecuador, son de los recuerdos más especiales que nos dejó este viaje. Tocamos en una sala hermosísima y repleta donde todo fue pura magia. Hubo un show allá por 2012 en el Teatro Municipal de Pisac, Perú, en el valle sagrado de los Incas, que fue muy especial: tocamos para un público muy local, estaba lleno de cholitas y jóvenes del pueblo. Después Colombia, en casi todos los lugares donde tocamos. El colombiano te llena de energía, te pregunta, te escucha, te aplaude. Para nosotros Colombia entero fue un pasaje especial».
«A esta altura el auto es de la familia, es un músico más, es nuestra casa, nuestra amiga, a quien le cuento cosas que no le cuento a nadie. Casi una institución de nuestra vida. A bordo de La Mimosa nos pasó de todos menos quedarnos, nunca nos dejó a pata. Casi se la lleva un río crecido en Bolivia cuando recién salíamos de viaje, de noche, trepando a Potosí. Hoy me pregunto qué hacíamos manejando de noche con tormenta a esas alturas en la Cordillera. Pasamos un vado que parecía pequeño y en medio había una zanja: el agua cubrió todo el capot del auto y nos empezó a empujar de lado. No sé ni sabré nunca por qué no se apagó, ni de dónde se agarraron las ruedas, pero entre palos y piedras salió tapada de barro de esa muerte segura. Con Cata quedamos los dos temblando, no podíamos ni bajar del auto, desde ese día entendimos que había algo vivo en ella».
«Otra vez cortamos los frenos en la cordillera de Colombia, cerca de Pasto. La frené con rebajes, fue un momento muy tenso, pero salimos ilesos. Sin duda una de las anécdotas más graciosas fue en Venezuela: se nos quedó trabada la caja de cambios en la reversa, nos volvimos manejando en reversa como 10 kilómetros hasta el próximo pueblo, con niebla. Al llegar a casa con el auto ya sano y habiendo pasado todo, no podíamos parar de reírnos», cuenta. Y vuelve a reír y a hacernos reír.