Enrique Testasecca es un artista contemporáneo que no se cansa de pintar los paisajes mendocinos como lo hicieron en su tiempo Fernando Fader, Azzoni, De Lucía, Roig Matons, Scacco. No se cansa porque los reinventa una y otra vez. En Killka expone una «serie totalmente mendocina, de montañas, arroyos secos y montes nativos».
También parte a Nueva York junto a Florencia Aise a exponer en la Feria Artexpo New York 2015, de la mano de la Galería Artin Motion de Miami. Al Norte lleva una propuesta de paisajes malargüinos y horizontes patagónicos bien del Sur.
–¿Las obras que llevás a Nueva York son paisajes de la Payunia?
–Sí pero son obras bien de atmósfera, bien sutiles, no hay algo realista ni una impronta paisajista, sino de sensaciones que me genera el paisaje.
–¿Qué sensación te da?
–De silencio, de una gran inmensidad, como todo el paisaje de la Cordillera de los Andes donde uno pasa a ser algo así como una hormiga.
–¿Hay algo extraterrestre, de otra era en la Payunia?
–No, no….cuando pinto un paisaje siento siempre un sentido de pertenencia con el lugar, inclusive como que son lugares por donde ya he estado, es algo casi esotérico. Creo que uno en todos lados se encuentra con un rincón que te retrotrae a algo que tenés internamente. Entonces no creo que sea una situación de contacto directo, sino una situación espiritual. Es decir, yo como un ser vivo, en algún momento he visto ese rincón. Como mi pintura parte de la memoria emotiva, creo que esa memoria se retrotrae a otro tiempo, a otra realidad, una realidad paralela o muy lejana.
–¿Un mismo paisaje lo podés recrear de diversas formas?
–De hecho estoy trabajando mucho con eso, de recrear un paisaje a través de un tamiz, a través del color, de un tamiz de los puntos de enfoque, pero siempre parto desde una visión natural. Podría imaginarlos, fantasear con esos paisajes. Juego con las texturas, con lo que me pueda dar la materia. Cuando cambio los colores, les hago un tamiz, como si tuvieras filtros fotográficos. Eso es jugar con el color. No boceto, tengo la pintura enfrente y empiezo a largar manchas y figuras. No tengo un preconcepto. Me guío por una memoria emotiva, hablo de ese momento mágico que es quedarse sin tiempo, cuando uno está creando no hay tiempo. En este proceso uno puede jugar a adelantarse, retroceder, cambiar los colores. Mientras más hacés, más vas encontrando la forma para lo que querés decir.
–Te vas puliendo…
–Sí, te vas poniendo más sutil. Es un proceso sumamente solitario. Podría ser un paisaje que he visto en otro lugar u otro tiempo, por ejemplo este mismo lugar hace un millón de años donde había araucarias y dinosaurios.
–Algo así como la recreación del Cornelio Moyano con el Mendozasaurio…
–Claro, pero ese no era el mismo paisaje en el que estamos ahora. Sin embargo se trata de sentir la pertenencia al lugar. A Nueva York también va la serie de Horizontes Patagónicos, paisajes de nuestra Patagonia pero no mirando a la montaña, sino mirando al horizonte, al valle. Parto de la naturaleza como un generador de momentos espirituales, intento ir más allá del paisaje.
–¿Qué movimiento hay en Nueva York vinculado al paisajismo?
–Los americanos, desde principios del siglo XX desarrollaron una escuela de paisajismo muy importante que para nosotros no es muy conocida. El post impresionismo en EEUU, es una escuela muy grande de pintura. Pero yo no voy pensado en eso. Elegí justamente llevar paisajes de la Patagonia y la Payunia, porque son dos lugares donde no está la impronta del hombre. Y me parece que enfrentarse a la gran ciudad con algo así, es llevar un mensaje, es decirles: está bien somos seres humanos, podemos crear todo, una gran ciudad, la urbanidad, el desarrollo, pero todo se sustenta en un soporte que es la misma tierra.
–¿Por eso tus paisajes están siempre despojados del hombre?
–Lo fui buscando, estudié durante mucho tiempo el lenguaje del paisaje. Me gusta, por supuesto, el naturalismo, el paisajismo, pero es como que yo quería encontrar mi lenguaje y me di cuenta que lo mío pasa más por una vivencia. Me preocupa el mensaje, el mensaje es tener la capacidad para contemplar y vivenciar la naturaleza. Somos humanos pero no tenemos que olvidarnos que venimos de un planeta que estaba intacto y ¿qué estamos dejando nosotros para las próximas generaciones?
–En ese sentido te decía anteriormente que la Payunia, igual que la Laguna del Diamante te dan esa extraña sensación de estar en los inicios de la tierra…
–Sí es como decir que espiritualmente o energéticamente podemos haber estado caminando por ahí. De hecho la sustentabilidad y la ecología tienen que ver con el tomar y devolver para que la naturaleza lo recicle y nos lo vuelva a dar. Nosotros en cambio tomamos y lo que le devolvemos es imposible, es como una herida que le vamos haciendo a la tierra.
–Sos paisajista pero no pintás al aire libre, ¿cómo es ese proceso?
–Todos los artistas toman al paisaje como una motivación, en la escuela del paisajismo son muy pocos los que siguen pintando al aire libre. Cuando pintás al aire libre te interesa el efecto de la luz sobre el paisaje, cómo se ven los elementos iluminados a cierta hora del día, las sombras que proyectan los árboles. El naturalismo y el impresionismo no han variado en ese aspecto técnico. Yo hace mucho que no pinto al aire libre. Fernando Fader decía que él quería plasmar el alma de las cosas, para Fader una piedra tenía un alma con su luz, las montañas, las nubes, todo tenía un alma con su luz. Yo necesito internalizar la naturaleza, asombrarme, sentarme al lado de un arroyo y escucharlo, caminar y sentir la arena en los pies, rasparme con las plantas de la montaña, lo vivo como una experiencia, luego voy al taller y pinto. Hago lo que me hace bien, nunca he buscado otra cosa.
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