Alguien se muestra interesado en un producto y pregunta su precio. El vendedor responde, el cliente dice “gracias” y sigue caminando. El comerciante intenta retenerlo con frases como “le puedo hacer un descuento”, “si usted lleva uno y su amiga otro, se los dejo a mitad de precio”, “¿cuánto dinero tiene?”, “¿cuánto quiere pagar por esto?”.
Esa perfectamente podría ser una escena cotidiana que tiene lugar, por ejemplo, en el Gran Bazar de Estambul, el lugar por excelencia para llevar a cabo el regateo. Sus primeras estructuras fueron construidas hace más de 5 siglos, en 1464. Es el mayor bazar de la ciudad y uno de los más grandes del mundo. Tiene cientos de calles y pasajes y unas 4000 tiendas, donde se puede encontrar absolutamente de todo. Diariamente recibe a más de 300 mil visitantes.
“Me dio la impresión de que los turcos hablan todos los idiomas. Te ‘sacan la ficha’ y adivinan de dónde sos, te saludan en tu lengua y si te mostraste interesado en algún producto te invitan a pasar al interior del local para que disfrutes del aire acondicionado y te ofrecen té”, relata Mónica acerca de su experiencia en el Gran Bazar. Y agrega: “Son insistidores, pero ojo, no son cargosos, no te fastidian. Es divertido regatear, ¡los turcos son divertidos!”.
“En un mercado de Túnez, y luego de regatear un largo rato, pagué -feliz- 19 dinares por un narguile que en principio costaba 50. Más tarde, vi el mismo producto en un local ubicado en una zona no turística, a 17”, cuenta Andrés con una expresión que muta del orgullo a la resignación.
Pareciera que algunas culturas llevan en la sangre esa capacidad y esa pasión innatas para el comercio. En los países de Medio Oriente y Oriente, y en algunos de África, el regateo es un componente básico del proceso de compra-venta. En Egipto o Marruecos, por ejemplo, es habitual regatear además del precio de objetos o alimentos, el importe de algunos impuestos, multas y servicios.
Podríamos definir al regateo como una discusión -en buenos términos, claro- entre comprador y vendedor sobre el precio de un producto determinado para llegar finalmente a un acuerdo y proceder a la transacción. Generalmente son los mercados y mercadillos los sitios más habituales para el regateo, ya que por allí se mueven los turistas. También es una práctica que llevan adelante los vendedores ambulantes o manteros.
Normalmente el comerciante fija un precio -por lo general bastante superior al valor real del producto- pensando ya en la rebaja que le hará al cliente. De esta forma ambos salen más o menos favorecidos: el comprador por pensar que ha conseguido un objeto a muy buen precio y el vendedor que siempre obtiene beneficio.
No para todas las culturas el regateo es parte de la vida misma. Hay países donde esta modalidad de compra-venta no tiene éxito, lugares donde la sociedad no lo encuentra divertido o donde no está muy bien visto. Si un cliente intenta regatear algo en el mercado de Portobello, en Londres, o en el de Albert Cuyp, en Amsterdam, seguramente no obtendrá resultados felices. Los ingleses les ponen precio a las cosas y no están dispuestos a rebajar ni una libra. Parece que allí el tema del regateo no es muy “polite”.
Lo mismo ocurrirá con el cliente o turista que no esté acostumbrado a este tipo de práctica y no esté interesado en “pelear” un precio. Realizar pequeñas compras en un mercado, con la insistencia de los comerciantes, para ellos puede resultar una tarea dificultosa y hasta incómoda.
Y si hablamos de los productos que se pueden regatear, la imaginación y la voluntad harán que no existan límites y que incluso la modalidad pueda trasladarse también a los servicios. Un pasaje de ómnibus en Colombia por ejemplo, para ir de una ciudad a otra, puede regatearse sin problema.
El barrio chino de Nueva York es el paraíso de las falsificaciones de ropa, relojes, bolsos y otros artículos. “Allí, si mostraste interés por algo, te hacen pasar a un lugar más oculto del local, una especie de trastienda o altillo donde tienen más productos ‘truchos’, como bolsos o carteras”, cuenta Miriam, quien bajo esta modalidad se trajo de Manhattan unas cuantas falsificaciones Louis Vuitton, Gucci y Salvatore Ferragamo.
Lógicamente, cuando existe regateo no hay facturas ni tickets ni recibos. Cualquier comprobante de la transacción brilla por su ausencia. El proceso de compra-venta es absolutamente informal de principio a fin.
Si bien en el proceso de regateo no existen unas normas fijas, aquí van algunas recomendaciones:
-Necesitarás armarte de paciencia, aunque claro, si estás de vacaciones saber esperar no será un problema.
-Es aconsejable dedicar un tiempo a comparar precios entre los distintos puestos y una vez que decidas en cuál de ellos vas a comprar, negociar con el vendedor sin prisas y con amabilidad.
-Mostrar excesivo interés sobre el objeto puede jugarte en contra ya que el vendedor sabrá que lo querés comprar a toda costa y no rebajará tanto el precio.
-Sobre la contraoferta al precio inicial, en general se suele empezar ofreciendo un tercio del que haya propuesto el vendedor, aunque otros recomiendan empezar por la mitad. Lo más importante es tener claro lo que estás dispuestos a pagar y, a partir de ahí, “luchar” por tu cifra.
-Si el regateo se complica podés recurrir a otras técnicas de negociación como por ejemplo intentar que te hagan un descuento si comprás más productos, señalar las fallas que pueda tener el objeto para conseguir una rebaja o bien realizar una última oferta y abandonar la tienda. En este último caso si la oferta le interesa al vendedor, irá a buscarte.
-Diseñá tu propia estrategia de regateo, no te lo tomes tan en serio y por sobre todo, ¡divertite!