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Dormís la siesta, vivís mejor

Cortas o largas, con zapatos o en pijama, solos o cucharita, en un siestario o en casa. Como quieras, donde quieras, con quien quieras. La siesta, esa sana costumbre tan nuestra.

“Tiempo destinado para dormir o descansar después del mediodía, momento en que aprieta más el calor”, reza la RAE cuando consultamos por la palabra “siesta”.

Abrigado y con la estufa encendida o en calzones bajo el ritmo del ventilador, solo o acompañado, en la cama, en un sillón, en una reposera o una hamaca, tendidos en el pasto a la sombra de un árbol, en la colchoneta inflable que flota en la piscina… hay mil maneras de “echarse una siesta”. Y hay siestas más placenteras que otras, claro. No es lo mismo el silencio y la comodidad de nuestro dormitorio o jardín, que la ociosa espera en un aeropuerto, por ejemplo. Aunque todas son pausas que al fin y al cabo nos ayudan a reponer fuerzas. Porque ese es precisamente el sentido de la siesta.

La siesta es una costumbre que consiste en descansar entre unos veinte y treinta minutos -es lo recomendable- después del almuerzo, entablando un sueño corto con el propósito de reunir energías para el resto de la jornada.

 

La siesta

 

Cuando la humanidad se regía por la luz solar -la electricidad no existía-, la gente se despertaba de madrugada, trabajaba y después del almuerzo se tomaba una pequeña pausa. Los romanos la llamaban «sexta», porque ya hacía seis horas que estaban en pie. Por ese entonces el horario de la siesta oscilaba entre las 12 y las 14. De ahí el origen latino de la palabra.

Pareciera que la siesta se duerme desde siempre en Latinoamérica, en algunas partes de España y también en algunos países asiáticos. En principio arraigada en los pueblos y denostada en las grandes ciudades, hace rato ya que médicos y empresarios se dieron cuenta de sus beneficios. La siesta sirve para recargar energías, mejorar el humor y despejar la mente. Dormir es fundamental para mantener hábitos saludables. Descansar no es perder el tiempo, es hacerle un favor al organismo y al cerebro que precisan de esa pausa para funcionar mejor.

Descansar después del mediodía no es un capricho de holgazanes, es una necesidad que tiene una explicación biológica. Es una consecuencia natural del descenso de la sangre después de la comida desde el sistema nervioso al sistema digestivo, lo que provoca una consiguiente somnolencia -o modorra-. Eso es para aquellos que nos “gastan” a los del “interior” -¿nos envidiarán sanamente?-.

La siesta

 

En el interior del país la siesta es un rito. Pero en las grandes ciudades, las largas jornadas de trabajo, la distancia entre la casa y la oficina y el acelerado ritmo de vida parecen -o parecían- impedirlo. Algunas capitales del mundo hace algún tiempo que implementaron el sistema de los “siestarios”, lugares en pleno microcentro, especialmente diseñados para tomar un descanso en medio de la jornada laboral. La idea es parte de una tendencia mundial de buscar el bienestar en horario de trabajo: espacios de juegos, clases de yoga y dietas equilibradas son algunas de las propuestas de las grandes empresas.

Y aunque lo recomendable es “tirarse” no más de media hora -más tiempo puede trastocar el reloj biológico natural y causar insomnio por la noche- están esas siestas laaargas con horario de finalización indeterminado, luego de las cuales nos despertamos perdidos y abombados, preguntándonos qué día es (?). Lo que sugieren los que saben es una siesta corta, donde no llegamos a dormirnos profundamente pero sí nos “desconectamos”.

Y hablando de desconectarse, no te olvides de apagar o silenciar el celular, fundamental para lograr un verdadero descanso. Elegir un lugar confortable, preferentemente oscuro, activar la alarma para no dormir más de la cuenta, no acostarse después de las 18 porque puede alterar el sueño nocturno y evitar las siestas si tenés problemas de insomnio, son algunos consejos que nunca están de más.

La siesta

A lo largo de la historia, muchas han sido las personalidades que quedaron seducidas por la siesta y dejaron asentados sus elogios, reconociendo en algún momento de sus vidas que aquello de echarse en el sofá o en la cama después de comer tenía cierto encanto.

Juan Domingo Perón decía: “dormir la siesta es nacer de nuevo”. O: “dormir la siesta es vivir el día dos veces”. Claramente se transformó en una política de estado, la siesta era fomentada y promovida por el gobierno.

«Las siestas son recomendables para refrescar la mente y ser más creativo», decía Albert Einstein. «Soy capaz de dormir como un insecto en un barril de morfina a la luz del día», reconocía Thomas Edison.

Por su parte, Winston Churchill, quien conoció la costumbre de la siesta en Cuba, aseguraba: «Hay que dormir en algún momento entre el almuerzo y la cena, y hay que hacerlo a pierna suelta: quitándose la ropa y tumbándose en la cama. Es lo que yo siempre hago. Es de ingenuos pensar que porque uno duerme durante el día trabaja menos. Después de la siesta, se rinde mucho más. Es como disfrutar de dos días en uno, o al menos de un día y medio».

La siesta

«La siesta es el yoga ibérico», afirmaba con su sarcasmo habitual Camilo José Cela, uno de los escritores más importantes de la literatura española del siglo XX. El premio Nobel decía que la siesta había que hacerla «con pijama, padrenuestro y orinal».

Así que ya sabés. Siestas invernales, allá perdidos debajo del plumón con los zoquetes de lana. Siestas veraniegas, también debajo del plumón pero con aire acondicionado. Siestas inducidas por el vino y una comida pipona y también luego de un almuerzo frugal. Solitarias o con compañía. Con cucharita de bonus track. O con cucharita y algo más.

La siesta ha originado la aparición de su propia familia de palabras: sestear, siestita, siestón, siestero…

Y si dormiste más de la cuenta, no hay nada que una buena lavada de cara, un café o unos mates amargos no puedan arreglar. Listos para afrontar mejor la tarde. Estaremos más contentos, más activos, de mejor humor y rendiremos más. ¡Qué lindo es dormir la siesta! Bendita sea la siesta, indispensable pausa renovadora. Amén.

 

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