Alejandro Rodríguez, o “Alex Dogrush”, es un innovador que aplica sus conocimientos de arquitectura y la tecnología para llegar a una mágica manifestación del arte visual. Es mendocino pero tiene clientes por todo el mundo que acuden a él por su dominio del software 3D, la animación, la producción de video juegos, publicidad BTL y sus artilugios para manejar la realidad aumentada.
Sos arquitecto pero tu mundo se abre hacia horizontes muy nuevos, ¿cómo definís lo que hacés?
Me he dedicado mucho a investigar y a aplicar conocimientos en función de cosas que me gustan por una razón estética o por desafíos tecnológicos. Podría decir que soy un investigador del arte digital o del arte interactivo. También tengo mi brecha comercial con mi estudio de 3D (Dogrush), en donde hacemos efectos especiales para cine, contenidos de video juegos, o diseño y ejecución de aparatos tecnológicos.
Hay una anécdota sobre tus maquetas en la carrera de arquitectura, las presentabas en 3D y te pedían la maqueta de cartón….
Sí, lo curioso es que no te enseñan mucho a hacerlas pero te piden que hagas maquetas de cartón todo el tiempo. Algunos profesores me daban cabida para hacerlas en la computadora, pero fue un momento de quiebre cultural porque había pibes que decían que la computadora hacía las cosas sola, como si vos agarraras la compu y ella sola te hacía la maqueta. Era un delirio, era parte del desconocimiento popular de lo que se podía hacer en una computadora, entonces fue una lucha cultural, había muchos prejuicios con las nuevas tecnologías.
Como si no pudieras ser creativo con la tecnología, como si estuviera todo preformateado…
Exacto, pero ese es un debate que ya murió hace años.
Entendieron…
Diría que les pasó por arriba. No creo más en las instituciones creativas. Las personas creativas deben cultivarse a sí mismas, por su cuenta. Todo lo que hago está fuera del mundo académico, tanto en lo comercial como en lo que investigo. He aprendido más de mis padres, de gente que comparte sus conocimientos gratuitamente en internet, que de alguien que te cobra por enseñarte.
¿Cómo fue que viajaste a Frankfurt con la comitiva presidencial?
Se me ocurrió hacer un dispositivo que pudiera suplantar un casco de realidad virtual y que lo pudieras colocar en un ámbito público, servía para observar un espacio virtual que te rodeaba.
Con este Domo Virtual gané el Concurso Nacional Innovar y fuimos con la Presidencia de la Nación a Frankfurt, a la Feria del Libro de 2010. Después el mismo gobierno me contrató muchas veces para mostrar con este domo laboratorios de investigación científica. La idea era popularizar la ciencia. Fabriqué tres de estos aparatos con gente y colaboradores re grosos.
¿Y cómo llegó al planetario de Córdoba?
Lo llevamos al planetario que tiene la Tecnoteca de Córdoba. Vos podías ver con el domo el universo y navegar de un planeta a otro, ver sus características, compararlos, simular la velocidad de órbita, las inclinaciones. Fue muy linda la experiencia porque el diseño de los contenidos trascendió el show mismo de la herramienta tecnológica.
Decías que dentro de todo lo que confluye en lo que hacés es importante lo que te dejaron tus viejos, ¿qué te dio en ese sentido, tu padre, Silo?
Mi viejo siempre fue muy autodidacta, sabía mucho de electrónica y desde chiquito hacía robots. Para mí era algo normal, él en el 84 ya hacía robots. Siempre hizo aparatejos, en mi casa había sensores fotoeléctricos para ahorrar energía. También fue radio-aficionado de avanzada, construía radios galenas y le gustaba la química. De él tomé la confianza en que las cosas se pueden hacer aunque uno no sepa mucho. También aprendí de su capacidad para encontrar pares que lo ayudaran en sus proyectos. Eso ha sido muy importante porque generalmente hay como una barrera para vincularse en pos de desarrollar un proyecto. Suele pensarse que hay que pagar para cada cosa, y sin embargo hay gente que ve lo que estás haciendo y se interesa por colaborar. Para mí la mejor parte de hacer cosas, siempre ha sido ese momento humano en el que estás con otras personas, todos entusiasmados por lograr un objetivo.
¿En qué momento pasaste de ser arquitecto a experto en mapping (mapeo de videos sobre un objeto tridimensional)?
Hice mi primer mapping en Buenos Aires, en 2008, después hicimos para Warner Brothers, el lanzamiento de la película El Origen, con un video mapping sobre la Facultad de Derecho, y también la dirección técnica del mapping para el Bicentenario de Uruguay. Estas video proyecciones necesitan sí o sí respetar el objeto arquitectónico sobre el cual se trabaja, no podés taparlo. En ese sentido el mapping que se hace sobre el Cabildo es una aberración, tapan toda la fachada, no se respeta el objeto. Nosotros nos hemos enroscado mucho resolviendo situaciones complicadas, integrando el objeto al concepto que se quiere mostrar. La idea es resignificar el ambiente urbano desde algo mágico, contando una historia.
¿Y cuál ha sido tu mejor historia?
Tuvimos la suerte de hacer el mapping para el nacimiento de un edificio como el Le Parc. Fue muy espectacular, nos dieron una gran libertad creativa. Solamente nos pidieron que usáramos la idea de algo que se abre, entonces pensamos en el mito de la caja de Pandora.
¿Por qué te vienen a buscar de Londres, Estados Unidos, Chile, México?
Por amigos que te referencian. Me llamaron de Estados Unidos para hacer el desarrollo de sistema de Motion Tracking y drivers para HMD (casco de realidad virtual) Sensics usando la plataforma quest 3D para el show anual de la industria aeronáutica en Austin Texas, porque un chico de Córdoba les pasó mis datos. Ellos tienen gente que puede hacerlo pero el problema es que estandarizan todo. Hay dos modos de encarar la tecnología: como empresa, de una manera muy burocrática, y como personas individuales con capacidad de resolver situaciones puntuales, son dos metodologías muy diferentes. Cuando una empresa hace un desarrollo quiere vender ese modelo un millón de veces, en cambio una persona puede estar investigando, haciendo cosas nuevas y es rentable para un individuo, quizás para una corporación, no. Las empresas tienen empleados, no cuentan con fanáticos.
¿Ustedes son fanáticos o nerds?
Las dos cosas (risas). Trabajo con pares y amigos que son entusiastas de lo que hacen y se han armado grupos de trabajo muy lindos. Hay analistas de sistemas y hasta psiquiatras que se ponen a investigar los temas. Me sumé hace un tiempo a Clandestina Weekend Nerd, un grupo argentino de aprendizaje de tecnología. Nos juntamos en distintas provincias o ciudades los fines de semana para compartir y promocionar las investigaciones en tecnología, óptica, software y hasta de música.
¿Ninguno roba ideas?
Hoy somos casi 3.000 y es como una especie de sindicato de nerds y con muchos de ellos trabajo en grupos móviles, es decir sale un trabajo acá y yo los llamo o al revés. Compartimos las ganancias, nos pagamos bien, es una cualidad porque nos respetamos mucho. Al contrario de lo que se ha fomentado en el mundo empresarial en el que todo es una posibilidad de competencia, o de robo de ideas, nosotros nos hemos mantenido como en una burbuja cultural. Y hemos subsistido, hasta te diría que hemos superado a las empresas ya que nos buscan más a nosotros -acá en Argentina- que a ellos.