Curioso, inquieto, versátil y crítico son palabras que me animo a decir para definir a nuestro entrevistado Claudio Laciar, un conocido sommelier local. Junta las partes y forma vos tu propia imagen de él.
Hacia el año 2001 Claudio Laciar inició su affaire con el mundo del vino. Comenzó, según él, de grande, cuando complementó su experiencia comercial con algo que le gustaba mucho: su licenciatura en Relaciones Públicas y Humanas. Tal vez el destino lo llevó a trabajar con Riedel, The Wine Glass Company, donde incursionó en la degustación de copas y emprendió un camino en el que varios trayectos se alinearían: su pasión por el vino, la sutileza que aporta el mundo de la cristalería y su vocación de servicio.
Con interés, ganas de aprender y capacidad logró un lugar destacado en el mundo de los degustadores de vinos. Fue sommelier del concurso de vinos Argentina Wine Awards por siete años, -yendo la primera vez “gratarola”, según sus propias palabras, por el gusto de aprender-. La segunda vez fue convocado y esto le dio la posibilidad de relacionarse con personas de distintas latitudes del mundo vitivinícola. Así le llegó la oferta de trabajar en el Reino Unido en el “Institute of Master of Wines” y a partir de su intervención en el “International Wine Challenge”, competencia más importante del Reino Unido es que se convirtió en una especie de embajador, donde desde hace dos años se desempeña como degustador: “Esto es muy bueno, porque me permite tener contacto con vinos de todo el mundo”, comenta.
Hoy en día, se sabe que los ingleses son muy inquietos, no se casan con ninguna marca o estilo, siempre están buscando y son el mercado de referencia de muchos países europeos. Para Claudio explorar lo nuevo, lo distinto o lo no conocido es una forma de educar al paladar, un “ejercicio empírico que te lleva permanentemente a estar probando y conociendo el comportamiento de la cepa en otras latitudes, en otros terruños y a ver la tendencia, es decir, por dónde pasa el gusto de aquellos que están permanentemente buscando algo en el vino”.
Buscar nuevos horizontes es lo que Claudio intenta permanentemente: se interesa por hacer muchas cosas desde diferentes ángulos. Tiene un programa de radio llamado “Negro Paladar” vinculado al buen vivir. Disfruta frecuentar espacios gastronómicos con el afán de detectar fortalezas y debilidades del servicio que ofrece Mendoza. Opina que la calidad de servicio es una carencia que la provincia aún tiene y advierte la necesidad de mejorar. “Es muy difícil el tema del servicio, todos los que están al frente de lugares vomitan una cantidad incalculable de plata y llegan a la parte humana con nada, sin considerar que la diferencia la hace el servicio”. Además desde hace dos años, Claudio incursiona en el mundo de las maltas y de los whiskies; y en sus últimos viajes a Inglaterra y Edimburgo, ha intervenido en diversas catas.
Para incursionar en el mundo del vino, este especialista aconseja realizar el ritual de ir a la góndola del supermercado o de una vinoteca; comprar una o dos etiquetas de un rango determinado de precios y juntarse con un amigo -sin utilizar cremas ni perfumes- y simplemente probar. Si él interés y las ganas persisten, sugiere realizar el curso de degustación del INTA, a cargo de los ingenieros Carlos Catania y María Silvia Avagnina, al cual muchísimas personas -como productores y bodegueros- han asistido.
Según la experiencia personal de Claudio Laciar, los cursos deben ser lo más objetivo posibles donde “uno debe amigar a la gente con la bebida”. Es responsabilidad de quien está al frente de una degustación generar una relación de curiosidad con quien decide acercarse al vino. En definitiva, el sommelier es un vendedor calificado que está al cuidado de la bebida, y quien debe brindar la información necesaria de lo que se prueba.
¿Snobismo en la elección de un vino? “Siempre hay intencionalidad en la elección. Es importante conocer a la persona que compra el vino para poder guiarlo y aconsejarlo. La botella cara puede tener distintos propósitos: o bien convertirse en una herramienta comercial (un regalo empresarial distinguido); elegirse por seguridad, para no fallar; o con la mera intención de disfrutarlo y compartirlo con amigos. La diferencia entre un vino de $70 y uno de $1000 es abismal”. Una analogía sirve para comprender las diferencias: «un vino acomodado de precio es como una mujer de 20, joven y fresca; y uno caro, como una mujer madura, más pensada, más elaborada y con un toque de misterio».
Finalmente, Claudio nos cuenta una anécdota de su último viaje a Edimburgo: “un domingo a las 6 de la tarde caminaba por Commercial Street, famosa por sus lindos restaurantes, con la intención de visitar el establecimiento de Tom Kitchin, considerado el mejor cocinero del Reino Unido en el 2012 y con una estrella Michelin. Me lo encontré en la puerta de su negocio. Me preguntó si iba a comer allí y le contesté que me encantaría pero que no tenía reserva. Él me invitó a pasar, llamó a la recepcionista y me consiguió una mesa. Para ese lugar, las reservas se hacen con muchísima antelación. ¿Qué aprendí? que la vocación total de servicio está presente aún en los más grandes profesionales».