Para quienes no lo conocen, Luis Terán es un artista argentino, nacido en el año 1977, que se formó como escultor en la Escuela Regina Pacis de Buenos Aires, provincia en la que trabaja y vive actualmente.
Terán pone un pie en la escena del arte contemporáneo argentino en 2002, época que, según nos cuenta, fue bastante fuerte en Buenos Aires porque de repente ser artista era lo que todo el mundo quería ser.
Y es que frente a la crisis que atravesaba nuestro país, prácticamente no quedaba otra. “Fue como si un Tsunami hubiera tirado sobre la escena a miles de nuevos artistas, y en esa oleada también caí yo”, explica metafóricamente el escultor.
Con esa introducción contextual Luis Terán comienza la charla, y nos ofrece un detallado recorrido por toda su producción, recorrido que nos adentra en una historia personal, que ha atravesado sus obras. Entre imágenes y relatos nos permite ir un poquito más allá de lo visible, para hacernos sentir lo vivido.
Su “Vida y Obra” parece estar llena de extremas intensidades y sensaciones que oscilan entre lo agresivo y lo amable, entre la atracción y el rechazo, entre el adentro y el afuera, entre lo que se desecha y se “Conserva”. Una obra que hace uso hasta de los “Últimos Recursos” y que, paradójicamente, aunque emerge desde la basura, no tiene desperdicio.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa…
En la vida de Luis la educación religiosa fue bastante fuerte y eso se manifestó en acciones artísticas. El acto de perforar fue, de todas las acciones artísticas que realizó, la más ligada a esa educación. “En la perforación encontraba un ejercicio que era como una especie de sacrificio (…) era como que estaba mal ser artista y yo pagaba esa culpa haciendo un trabajo minucioso”.
A la vez cada agujerito significaba lo mínimo y lo máximo que él podía hacer con los objetos que perforaba, objetos que siempre eran elementos de desecho o de descarte. En ese mínimo y en ese máximo, radicaba su misión: Hacer de la basura algo digno, sacralizarla, a través de su trabajo.
Y es que la obra que Luis produce en esta etapa implicaba tomar objetos, elementos de descarte, o basura, para exponerlos a un acto de “flagelación” que consistía en perforar, perforar, y perforar hasta herir al objeto en toda su superficie, pero no para darle muerte o destrucción, sino para que de él emergiera la belleza, y la dignidad. De ese modo, volviendo digno a un objeto que podría haber sido sólo basura, Luis Terán mitagaba sus culpas.
Cuentos de amor, de locura y de muerte
Pero mitigar no alcanza, y las culpas pueden volverse demonios. Es así que Luis Terán decide liberarse, y vomita todas sus culpas para mostrarse tal cual es. Sale del agujero y entra a un campo de juego más amplio, donde se mueven libremente las ideas de defensa, de lucha, de ataque, de vulnerabilidad y de fuerza; ideas que lo atraviesan, que vuelven al agresor en agredido, al fuerte en débil, y viceversa.
Los clavos, elementos con los que antes perforaba, serán ahora el objeto con los que represente dichas dualidades. Dualidades que a veces nos confunden, nos enamoran y nos enloquecen, pero como todo, son parte de la vida… y también de la muerte.
“La máscara que me hace invulnerable tiene la cara de la muerte” es una obra que pertenece a la muestra denominada “Vida y Obra”. Se trata del calco de una cara sobre el cual se han soldado varios clavos que simbolizarían la protección tan buscada por el artista, pero al retirar el vaciado, luego de soldar, apareció calcada la viva imagen de una calavera, y el sentido de la obra se volvió contradictorio y paradójico.
La máscara que lo protegería ahora tiene la cara de la muerte, y piensa: “Eso que yo creía que me defendería, podía terminar matándome. O quizás la obra me estaría diciendo que la muerte era ya la única forma de sentirse protegido. Una vez muerto ya no hay nada de qué cuidarse”.
Amable a lo lejos, éste móvil se vuelve inmenso y agresivo cuando nos acercamos, sentimos miedo al ver la crudeza de los clavos en aquello que parecía a los lejos una danza de fractales, o de flores. Pero el miedo durará poco si nos atrevemos a tocarlo para poder oír la música que sus partes producen al rozarse. El movimiento, que sólo es posible a través de nuestra intervención, vuelve frágil a la obra, nos hace fuertes y disipa nuestros miedos.
Sacar los demonios a la luz, empezar a mostrarse con todo lo bueno y lo malo que tenemos, permitir que los demás nos vean más allá de las primeras apariencias, nos vuelve seres más reflexivos, más flexibles.
En esta obra podemos ver representado cómo el artista deja ver lo noble y lo amable de su trabajo. Los clavos que intervienen este trozo de cuero hacen que a la vista la obra parezca rígida y agresiva, pero si la tocamos sentimos que todo es blando, que los clavos se vuelven flexibles con el tacto, y al tocarse unos con otros producen sonidos suaves. Mirar esta obra, y luego tocarla es “como acariciar una bestia”.
La paz esté con vosotros, y con tu espíritu.
En una etapa de comunión con los demás, con el legado que los otros le dejaron, con lo aprendido, y con lo vivido, Luis Terán produce obras que rinden homenajes.
Homenajes a la escultura tradicional, a grandes escultores de la historia del arte nacional, a la familia unida, a la naturaleza, y a un ser muy particular, una alfarera apasionada, que especialmente nos sacó muchas risas cuando oímos su historia:
“El contacto con el barro húmedo y el movimiento del torno es muy estimulante y bastante relajante”, cuenta el artista, “y en un taller que hice hace mucho tiempo había una señora, que siempre llevaba puesto varios collares, esto la hacía entrar en una especie de trance, de éxtasis, haciendo que los collares se le enredaran con el barro. Nosotros le decíamos: ¡pará!, pero ella sacudía la cabeza y nos decía: no importa…. no importa…. A mí me quedó esa imagen de la artista tan ensimismada con su obra, tanto que no le importaba que hasta el torno pudiera estrangularla. Había que ayudarla para sacar los collares de su pieza, y obviamente nunca podía hornear nada, y lo que quedaba eran unas masas deformes (…) Se me ocurrió rendirle un homenaje y traer esos cacharros deformes a la escena”.
La obra más reciente de Terán, también nos ofrece piezas con estructuras que evocan formas más naturales y clásicas. Y es así como Luis comulga con la naturaleza misma, y siente que a través del trabajo le da orden a su propio caos.
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