Nicolás Bedorrou lleva cuatro años cocinando todos los mediodías en la TV y ya se ganó el corazón de los mendocinos como el chef de la tele. De lunes a viernes improvisa recetas deliciosas en Cada día, el magazine de Canal 9 Mendoza, y los sábados, por el mismo canal, conduce A las brasas, su programa de cocina a la parrilla que ya acumula tres premios Martín Fierro. Este año deja de los cuchillos de lado y se sube a la moto para guiarnos por el circuito under de la comida mendocina en su nuevo programa.
Comedor urbano es el nombre del programa que está preparando, y en el que se montará sobre una Lambreta para acercarnos a lugares clásicos de la provincia: «Vamos a ir al Barloa, a La Tía Rada, La Flor de la Canela, el carrito El Alba, El Gallego en Tunuyán. A conocer esos bodegones, charlar con los dueños que han hecho bien las cosas porque siempre están llenos, y obviamente comer, probar lo que los ha hecho famosos», cuenta.
«Lo que tienen ellos es que hay que respetarlos de entrada, son famosos por algo, un tipo que te mete 150 cubiertos un martes a la noche lo tenés que respetar, porque ha sido exitoso», dice Bedorrou. «A A las brasas le quedan algunos programas y después arrancamos con este. Vamos a andar en una motito por la ciudad, van a meter GoPro, va a estar bueno», anticipa.
–Es un formato más desestructurado…
–Es el que puedo hacer: yo no estudié Comunicación, lo que hago lo hago desde el lado que a mí me gusta y desde la inocencia de los medios. A mí no me gusta hablar sin saber de qué estoy hablando, yo lo que hago es lo mío. De hecho en este programa va a ser la primera vez que hago lo que no hago: entrevistar.
–Pero vos has estado muy bien. No todos los chefs de Mendoza podrían conducir un programa.
–Es cierto, tengo colegas cocineros que cuando prenden la cámara, no se sienten cómodos. Yo ahora (en A las brasas) ya estoy en un punto en que no filtramos ni lo que tendríamos que filtrar, es una sinceridad brutal la que mostramos. Ya a esta altura la gente lo toma o lo deja, ya aprobaron esa forma.
–¿Qué es lo que más disfrutás?
–Lo que me gusta es acercar la comida a la gente, que lo que vos hacés, lo hagan. Me gusta mucho cuando me mandan fotos de los platos, o me cuentan cosas que les pasan. Y esto de Comedor urbano nace por este lado: la gente sale, va, come en esos comedores que se lo han ganado: no es que al primero que pone un local y vende dos hamburguesas le vas a hacer una nota; le estás haciendo una nota a un flaco que lleva diez años con el comedor lleno. Son héroes populares.
–¿Solés comer en esos lugares? ¿Sos exigente como comensal?
–No soy habitué, pero me gustan. Realmente componen un circuito under de comidas que es real. Hay un mito entre la gente con respecto a los chefs, o cuando salís a comer afuera todos piensan «este debe ser un jodido». A ver, si voy al Hyatt ya sé lo que voy a comer y lo que exijo, pero si voy al Barloa no voy a exigir con la vara del Hyatt.
De allá para acá
Nicolás, o Nico, como lo llaman todos, tiene 38 años, es nacido en Comodoro Rivadavia (Chubut) e instalado en Mendoza desde el 2000. Estudió gastronomía aquí en la escuela Islas Malvinas y luego en Buenos Aires en Mausi Sebess y Gato Dumas. Tiene dos hijos: Emma de 6 años y Tomás, de uno y medio, con quienes aprovecha a pasar la mayor cantidad de tiempo posible «ahora que son chiquitos», dice. Y es que a lo mejor, cuando crezcan, puede concretar su sueño de abrir un restaurant.
Actualmente, junto a Carolina, su pareja, posee Dos de Azúcar: «es un café, no es un restorán neto. Es café con comida. A mí me gusta mucho el tema de la cafetería y cómo interactúa con la comida, pero no deja de ser algo diferente».
Además del café, los dos programas de tele y el tercero que viene en camino, Nico mecha su tiempo con clases de cocina y su empresa de catering.
–¿Cuál de tus perfiles es el que más te gusta?
–Me gustan las clases privadas, no en escuelas. Me gusta enseñarle al que le gusta aprender, no perder tiempo con pibes que están estudiando eso porque es fácil o barato, o creen que es como es la tele.
Y si bien ahora no se imagina haciendo otra cosa, cuando chico pensó que su camino iba por la electrónica después de que se recibió de técnico en la secundaria. «De chico viví en toda la Patagonia, mis padres eran separados y mi viejo laburaba en obras, así que me la pasé mudándome siempre», recuerda. «Un perno: dejé amigos por todos lados, nunca viví más de 3 años en un lugar. Pasé por El Bolsón, Cipoletti, Bahía Blanca, Neuquén. Era llorar cada vez que nos íbamos, los amigos te hacían fiestita de despedida, era tristísimo».
En su adolescencia, mientras trabajaba en la barra de un hotel en Villa La Angostura, conoció a estudiantes de gastronomía mendocinos que estaban de intercambio y se entusiasmó: «Me vine a Mendoza por eso, y me gustó», cuenta.
–Y te quedaste…
–Sí. El sur es muy nostálgico, muy gris. Mucha lluvia, mucho tiempo feo. Lo que me mató de Mendoza es el sol. Acá no te das cuenta, pero si viviste en otro lado lo valorás. Para mí todos los días nublados, como pasa en el sur, es terrible. Allá hay meses que no ves el sol, y el sol te alegra. El clima es una razón y otra es que es una ciudad muy relacionada con buenos vinos y siempre necesita buena gastronomía. Fuera de Buenos Aires es el polo gastronómico más importante que hay.
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