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Replegarse no es rendirse: el silencio como espacio creativo

A veces, desaparecer es la única forma real de volver. Pero en un mundo que premia la exposición constante, nos olvidamos de esa posibilidad sagrada.

Me pregunto por qué nos altera tanto el silencio, por qué la soledad nos incomoda hasta hacernos temblar. Estamos inmersos en un ruido que no cesa, rodeados de estímulos que nos distraen de lo esencial. Pero la verdadera calma, la que de verdad transforma, no está afuera: está en nuestro hábitat interno, en el cuerpo, en el hogar que construimos dentro nuestro. Es ahí donde se siembra lo auténtico. Donde empieza a brotar lo que grita por nacer. Lo que sólo puede escucharse si tenemos el valor de habitar ese silencio con presencia y sin miedo.

No temerle a la habitación vacía es, para mí, un superpoder. Uno mágico. Porque cuando el ruido desaparece, también lo hacen las máscaras. Ahí, en ese espacio puro, florece la esencia verdadera del corazón, libre de interferencias, de mandatos ajenos, de expectativas que no nos pertenecen.

Ahora y antes de seguir, todo superpoder, también es una herramienta. Y como toda herramienta, si se usa sin consciencia o en exceso, puede volverse en contra. La misma soledad que nos cura puede aislarnos. El mismo silencio que abre espacio para la creación puede volverse una trampa que nos adormece, que nos apaga, que nos desconecta del pulso vital.

Y ahora es donde aparece la pregunta más honesta: ¿Qué es lo que realmente deseo? ¿Qué es lo que mi ser vino a crear? A veces siento que vivimos en bucles, en rutinas heredadas, en roles que simplemente nos arrastraron. Ni siquiera sabemos si los elegimos.

Quedarse en silencio y escuchar de verdad es un acto de valentía, porque implica enfrentarse con uno mismo, sin excusas. Y en ese encuentro sincero, quizás por fin podamos reconocer si estamos siendo honestos con lo que somos, con lo que anhelamos. No olvidemos algo: el tiempo no espera. La vida sucede. ¿Y si estamos acá justamente para eso? Para escuchar, al fin, el deseo auténtico del corazón.

Hay algo profundamente necesario en elegir el silencio: dejar de estar para todos, retirarse sin tener que dar explicaciones. No es casual que este deseo de retraerse aparezca con el frío, en la época invernal.

Crear en invierno: como lo hicieron ellas y ellos

El invierno, a nivel simbólico y biológico, es el tiempo de la tierra que duerme, de los animales que se recogen, de las flores que aún no se animan, es cuando se gesta lo que no se ve. Es en invierno donde la creación se cocina a fuego lento.

Virginia Woolf escribía durante los inviernos más crudos de su alma. Sabía que había cosas que sólo se podían pensar cuando todo alrededor estaba en pausa. Frida Kahlo pintó sus autorretratos más crudos desde la cama, con las ventanas cerradas.

Agnes Obel compuso Philharmonics en la soledad total de un departamento nevado en Berlín. Björk, en su exilio emocional, creó Vulnicura. Dijo: “Me fui lejos para poder oír lo que mi corazón tenía para decir. Y estaba tan herido que no podía hablar fuerte.

Nick Cave, tras la pérdida de su hijo, se retiró del mundo. De ese dolor nació Skeleton Tree, y luego Ghosteen, discos donde el duelo se volvió música sagrada. Agnes Martin vivió casi aislada en el desierto. Su arte minimalista nació del silencio absoluto, y decía que “el arte es la expresión del silencio”.

James Blake confesó que el aislamiento podía volverse adictivo, pero componer fue su manera de no quedarse atrapado ahí. Andrei Tarkovsky creía que “el arte nace de un anhelo de silencio”. En sus películas, el tiempo se alarga y el mundo se detiene para escuchar lo sagrado.

En todos esos inviernos hubo algo en común: el arte como modo de no congelarse del todo. Crear no como producción obligada, sino como abrigo, como supervivencia, como calor.

El aislamiento es una defensa sana cuando el mundo externo es demasiado, cuando la pulsión necesita replegarse para no romper. El inconsciente también hiberna, guarda, decanta. Y desde lo simbólico, Jodorowsky nos enseña que el silencio no es vacío, sino una puerta. Que retirarse no es desaparecer, sino transformarse. El invierno como rito iniciático.

Yo también lo sentí. En esos días de frío real y emocional, entendí que necesitaba silencio para no mentirme. Y que ese silencio, si lo escuchaba bien, me iba a mostrar algo nuevo. Y así fue. Las ideas empezaron a aparecer sin empujar. Las imágenes surgieron en sueños. El deseo creativo se encendió. No es casualidad. Es invierno. Es hora de sembrar adentro porque si no, el frío se nos mete en el pecho, hiela el deseo, la imagen, la intuición…

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