Podemos aprender mucho sobre un artista al verlo trabajar en su estudio. Esa es la esencia de Registro, el nuevo ciclo de Inmendoza que estrena desde el atelier de Sergio Roggerone, el artista plástico, arquitecto y pintor mendocino reconocido en el mundo.
Ingresamos a su refugio para descubrir cómo nacen sus obras, para conversar con él y conocer qué universos lo alimentan a él y a su trabajo.
Registro #001 Roggerone – Alquimia
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¿Hubo un momento determinado en que sentiste que ibas a ser artista o sucedió durante el mismo hacer?
No fue una revelación inmediata… Fue más bien un proceso lleno de casualidades, puertas que se abrieron, viajes y personas que me marcaron. Estudié arquitectura y gané un beca en Italia y al volver a Mendoza conocí a Maga Correas (interiorista y decoradora, hermana de la artista mendocina Nora Correas), ahí llegó la verdadera transformación. Ella me introdujo en un universo de estética, de cine, de literatura y de conversación profunda sobre el arte. Fue quien me dijo: “vos no sos arquitecto, vos sos pintor”. Y tenía razón: aunque siempre me fascinó la arquitectura, la pintura me eligió de una forma inevitable.
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¿Los viajes y las culturas de cada sitio que visitas juegan un rol importante en tu proceso creativo?
Influyen muchísimo. Italia me abrió la mirada al arte europeo, Nueva York me mostró la potencia de lo contemporáneo y Mendoza siempre es la raíz afectiva. La cultura que uno absorbe se filtra en la obra. Un cuadro puede nacer de un poema que leyó, de un sueño que tuvo, de una canción o de una textura que vi en otro continente.

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¿Cómo entra lo onírico en tu arte?
Es un territorio inagotable, a veces anoto lo que sueño y luego eso se convierte en imágenes. Hay sueños que son irreales, fantásticos, y de ahí surge una idea, un color, una forma. Pero lo esencial es la creatividad, un pintor sin creatividad es solo un copista. La verdadera pintura se empieza en la cabeza, no con el pincel.
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¿Se puede definir el arte?
El arte es un lenguaje universal y atemporal, es memoria y es futuro. Es técnica pero también intuición. Para mí el arte es esa chispa que transforma lo cotidiano en algo trascendente, que conecta a dos personas que no se conocen, que habitan mundos distintos y aun así logran reconocerse en una imagen. Y el taller, con sus colores, sus materiales y sus herramientas es el laboratorio de esa alquimia.
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¿Qué sucede con vos cuando estás en ese “laboratorio”?
El taller es un útero, un refugio. Cuando entro, desaparece el tiempo, las preocupaciones y hasta los estados de ánimo. Para mí es un lugar contenido y a la vez expansivo, lleno de objetos que estimulan la imaginación. Podría vivir adentro, literalmente. De hecho, la pandemia para mí fue un paraíso porque creaba sin parar, pintaba, estudiaba… Ahí es donde está la verdadera libertad, no afuera.

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Que el taller esté en tu propia casa, donde el ritmo del día a día no cesa, ¿influye, alimenta tu obra?
La comodidad de poder estar en contacto constante con la obra es uno de sus pros aunque también hay contras como las interrupciones cotidianas que se cuelan en el proceso creativo. Pero aún con esas tensiones, el taller es mi centro. Es donde transmuto emociones, donde todo lo que me atraviesa se convierte en obra.
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¿Tus estados de ánimo se reflejan en tus cuadros?
No de una manera directa; en general mi ánimo es parejo porque al entrar al taller me olvido de todo. El dolor, la tristeza o la alegría se transforman en otra cosa. La obra no es sólo expresión emocional sino, como dice la crítica Avelina Lésper, “es un hecho de inteligencia técnica”. Es construir con coherencia, con lenguaje, algo que trascienda el tiempo.
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En tu obra retomás técnicas de otros tiempos y las traes a la actualidad… Le das mucha importancia a la investigación
Sí, para mí es fundamental la investigación técnica. Muchos pintores se limitan al acrílico comprado y aún no hay una prueba de resistencia en el tiempo. Yo prefiero experimentar, rescatar técnicas antiguas, investigar por qué en el Renacimiento se pintaba de un modo, qué cambió con la llegada de los españoles a América, cómo se usaban los pigmentos naturales. Es una manera de mantener viva la memoria de la pintura.

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¿Cuáles has utilizado?
Rescaté técnicas prehispánicas como el arte pluma, hoy olvidadas o prohibidas. He trabajado con témpera al huevo, caseína, acuarela, vitral, cerámica y hasta fabriqué mis propios pigmentos. Cuando entendés y estudiás las técnicas, podés descifrar el secreto de otros artistas y uno comprende que el arte es esa alquimia de transformar lo heredado en algo nuevo. Mi misión como artista es guardar, aunque sea en una o dos obras, la huella de esas técnicas que de otro modo se perderían en el tiempo. Son valiosísimas.
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¿Tenés un material o técnica favorita?
No, la técnica va a depender de lo que se quiere decir, lo esencial es lo que quiero transmitir. El arte es un lenguaje universal, lo que expresa una pintura puede ser entendido en China o en Mendoza por igual, es como un idioma sin palabras. Por eso no tengo un “favorito” sino que cada obra me pide algo distinto como óleo, acuarela, mosaico, dorado, collage.
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¿Controlás siempre lo que sucede en la tela?
No del todo… La pintura tiene algo indomable y con los años aprendés a dominar técnicas, materiales y composición pero siempre aparece algo inesperado. Y eso es maravilloso, porque la obra también te enseña a vos.
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¿La obra te da señales de cuando está terminada?
Para mí está terminada cuando conecta con el espectador, esa es la prueba final. Yo puedo ver sirenas y otro puede ver pájaros, por ejemplo. Esa interpretación libre es el momento en que la obra cobra vida más allá de mí.
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¿Cuál es tu búsqueda actual? ¿Qué vemos hoy en tus pinturas?
Siempre fui figurativo pero hoy me interesa la frontera con la abstracción. Para mí la abstracción auténtica sólo es posible después de haber trabajado la figuración; es una forma de depurar, de simplificar la realidad hasta casi hacerla desaparecer. Ese es mi camino actual: entre la figura y la abstracción, buscando un lenguaje propio.
El camino del artista

El camino artístico de Sergio Roggerone es múltiple, cambiante, imposible de fijar en una etiqueta. Puede habitar lo figurativo y al instante desplazarse hacia lo abstracto; puede armar un collage o desarmarlo para volver a empezar en otra clave. “No me encierro dentro de un casillero”, afirma, y esa declaración es también una poética.
Su obra parece alimentarse del cruce entre lo íntimo y lo creativo, Roggerone sostiene su búsqueda de libertad absoluta, esa que no depende de geografías externas sino del pulso interior de su taller. Allí, donde la pintura respira con la textura de los linos, la arpillera y los óleos espesados con arenas y resinas, el artista encuentra su magia.
Así, mientras rechaza encasillar su obra en una sola definición, también reconoce que su vida entera está atravesada por una misma pulsión: la de explorar, absorber y transformar. Un artista en movimiento, que siempre está buscando, creando.









