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Paredes universales

Junto a Diego Rivera y José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros representa una de las máximas figuras del muralismo mexicano. A 41 años de su muerte, recordamos fragmentos de la vida de uno de los pintores que le devolvió al arte su función social y naturaleza pública.

Cuenta la historia que nació en Chihuahua en 1896. A pesar de algunas inexactitudes acerca de sus primeros años de vida, lo cierto es que el mexicano David Alfaro Siqueiros fue el segundo de los tres hijos que tuvieron Cipriano Alfaro y Teresa Siqueiros, que murió cuando él tenía cuatro años, motivo por el cual fue enviado con sus abuelos paternos a Guanajato. La temprana influencia de ideas políticas vinculadas al anarquismo y al sindicalismo lo incentivaron a comprometerse activamente en su etapa estudiantil, donde participó de protestas en contra de la metodología de enseñanza que recibía y a buscar inspiración en el desarrollo de un arte nacional.

Matriculado en clases de arquitectura, pintura y dibujo, en 1914 formó parte del ejército constitucionalista liderado por Venustiano Carranza para luchar contra el gobierno dictatorial de Huerta, lo que lo acercó a las masas trabajadoras, obreras, campesinas e indígenas y a las tradiciones culturales de su país, especialmente las vinculadas a las civilizaciones precolombinas. En 1919 conoció en París al artista Diego Rivera con quien se reencontraría tres años más tarde en la Ciudad de México a raíz del programa cultural propuesto por el entonces secretario de Educación José Vasconcelos durante el gobierno de Obregón.

 

David Alfaro Siqueiros [Misc.];David Alfaro Siqueiros
“La creación artística es el contacto con los demás, la unión comprensiva y amorosa».

En el manifiesto de la Unión de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores publicado en el periódico El Machete y ya afiliado al Partido Comunista de su país, Siqueiros escribió en 1924 que la pintura de caballete era egoísta, elitista e insuficiente ideológicamente para instruir a las masas. Los murales públicos, en cambio, eran la expresión del trabajo colectivo y de un arte proletario que revolucionaría el mundo. Así es como entre 1922 y 1924 pintó una serie de paredes en la Escuela Nacional Preparatoria y colaboró en la antigua capilla de la Universidad de Guadalajara, en el estado de Jalisco. Un año más tarde abandonó la pintura y se dedicó de lleno a sus tareas en el Partido Comunista.

 

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“Ejercicio plástico”: una obra de Siqueiros junto a Spilimbergo, Berni, Castagnino y Lázaro que se encuentra en el Museo del Bicentenario, en Buenos Aires.


En 1930 fue encarcelado por sus participaciones sindicales, luego confinado a la ciudad de Taxco, más tarde exiliado en Los Ángeles (donde pintó varios murales, entre ellos el Tropical América para el Art Center Plaza) y antes de ser deportado viajó a Sudamérica, donde no tuvo mejor suerte: fue prisionero en Uruguay y más tarde expulsado de Argentina. De vuelta en su país, ya convertido en un ardiente estalinista y defensor de las técnicas industriales, atrajo a muchos jóvenes a explorar en el uso de pinturas sintéticas y nuevos procedimientos.

 

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En el Museo Museo del Palacio de Bellas Artes descansa la “Nueva Democracia”.

 

Socialismo revolucionario y modernidad tecnológica acompañaron la obra del pintor mexicano, convencido de la naturaleza revolucionaria del arte y de la composición acorde a una perspectiva poliangular en la que no faltaron obras con goteo de pintura o texturas con arena que influyeron, entre otros, a los estudiantes de su taller experimental en Nueva York como el mismísimo Jackson Pollock.

 

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El Polyforum Siqueiros cuenta con 12 paneles y el mural “La Marcha de la Humanidad”. El espacio difunde la obra del maestro en el Distrito Federal.

 

Pero la actividad política de Siqueiros no se detuvo: en 1936 se unió al ejército republicano español y luchó como voluntario antifascista en la guerra civil de ese país. De regreso en México y tras un intento fallido de asesinar a León Trotsky se exilió en Chile, Bolivia y Cuba, donde realizó varios murales. Hacia 1950 se concentró en su obra en el Distrito Federal hasta que entrada la década del ´60 fue condenado a prisión durante cuatro años acusado de disolución social. En 1966 recibió el Premio Lenin de la Paz y el Premio Nacional de Bellas Artes en México; en 1974 murió en Cuernavaca, la ciudad que lo acobijó durante la última década de su vida.

 

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“(…) Ésta es mi verdadera cárcel. Trabajo en el cuadro de caballete y sueño con los grandes frescos”.

 

 

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