Omar Jury nace en Mendoza en el año 1986, su obra es de sangre. Se crió entre las pinturas de su padre y las acuarelas de su madre; ellos nunca le dijeron que fuera artista, pero el arte se le hizo piel y “no hubo chance” de ser otra cosa.
“Nacer entre pinturas, te hace crecer en un ambiente al que después le prestás otra atención. Eso siempre es diferente, se te mete en los poros. A mi viejo le debo la vena, el nervio, pero sólo eso. Todo el resto se lo debo a mi vieja”.
Pero la deuda no es sólo con ellos, sino también con él mismo, que hizo su propio camino, en el que encontró su propio arte; un arte que está lleno de gestos oníricos, y de sensaciones que perturban, pero no hacia el punto de lo insoportable sino hacia el placer de lo agradable.
En la adolescencia por lo general uno quiere ser otra cosa distinta a la que son los padres, ¿vos nunca renegaste o te rebelaste contra el arte?
No, para nada, y mirá que mis viejos siempre hablaron muy mal de lo que era vivir del arte, siempre oí de los problemas por los que pasan los artistas: de trabajar y no ver un mango, de las frustraciones, del ser o no aceptado. Eso todo lo mamé desde chico, sobre todo con mi papá que era un hombre verborrágico a la hora de hablar del panorama del mundo del arte mendocino.
Fuiste un masoquista entonces, desde chiquito te lo contaron y vos aún así te dedicaste al arte…
¡Sí! (risas). Pero es que creo que mi rebeldía pasó por otro lado. Ellos estarían encantados de que yo fuera médico y no artista; cuando les dije que quería ir al “Bellas Artes” me miraron como diciéndome: “¿estás seguro?”. Y creo que esa decisión fue un poco la inocencia de querer hacer lo mismo que ellos, pero otro poco la ambición de superarlos.
Mi rebeldía fue esa, decirles: “bueno, tan mal que hablan de todo esto, yo lo voy a hacer bien”… Después me di cuenta que no se trataba de eso, que el mambo es otro, pero igual acá estoy.
¿Y tus padres cómo ven tu obra?
La verdad no lo sé, con mi mamá, por ejemplo, no dialogamos mucho pero espiamos en secreto lo que cada uno hace, por ahí nos hacemos unas preguntas, pero son muy tímidas. A ella le debo todo. Me dio el legado de esa técnica maravillosa que es la acuarela, me dio la factura de lo sutil, porque como la trabaja ella, es sutileza pura. Si bien nunca me enseñó nada directamente, sí recurro a ella cuando la técnica me da un problema y ahí ella me tira sus “tips”.
¿Y los “tips” de tus obras? ¿Cuáles son?
Tengo un proceso medio raro con las obras. Cuando tengo una idea la amasijo durante meses y meses en mi mente, y no la bajo hasta que no procesé cada detalle. Los bocetos los hago mentalmente, y la obra final también; cuando me digo “es eso” la materializo, pero ese es otro proceso, más mecánico, que incluso sólo puede tomarme un día realizarlo. Cuando tengo la imagen, ya tengo hasta los colores, a veces uno que otro detalle cambia mientras la estoy haciendo, pero casi nunca pasa.
Para mí la mente es una herramienta mucho más práctica que el papel y el lápiz, puedo anular o borrar más rápido que en cualquier otra técnica. Me gusta que las imágenes se mantengan en ese espacio porque el pensamiento es ilimitado. Yo me imagino las obras en la cabeza, y en la cabeza todo flota como en los sueños, por eso si te fijás en mi obra, siempre hay una cosa medio onírica.
Lo “onírico” no sólo puede verse en tus pinturas o dibujos, donde los límites de la forma son menos definidos y poseen una lógica particular que dispara diversas interpretaciones, y que hace que, quizás, sea más directa la sensación de estar en un sueño. Sino también puede verse en tus instalaciones o esculturas, en ellas las formas de los objetos son definidas, pero el espacio que las rodea, o las relaciones entre ellos expresan ese clima denso de los sueños.
Justamente, eso último que decís es una de las cosas que siempre trato que esté presente. Ese ese clima denso y sobre todo lento que es característico de los sueños, o por lo menos de los míos son así (risas). Además en cierta medida los sueños siempre los vivimos a través del recuerdo; son cosas que nos pasaron pero no nos acordamos bien. Solo al rato de despertarnos o solo cuando hacemos un esfuerzo por entender que pasó nos acordamos de la historia; por lo tanto los sueños siempre están ligados a la nostalgia, otro elemento que siempre me gusta rescatar un poco.
¿Tenés una imagen que persista en el tiempo?
Una imagen no, porque las imágenes están subordinadas a sentimientos, algunos sentimientos sí son los que persisten, como la ausencia, lo ambiguo, la inconformidad. Quiero llegar a esos lugares, y no me gusta que las obras te lleven “como piña” a un lugar puntal, no me gusta lo delimitado, donde el arriba es arriba y el abajo es abajo, y nada más. Me gustan las sensaciones y sentimientos ambiguos, todo tiene que estar subordinado a eso.
¿Qué sentís cuando vendés una obra?
Que está bueno estar dentro del sistema y del circuito del arte, porque vender y relacionarse es parte también de esta profesión, pero hay que ver la manera de que la obra no quede sólo en esa burbuja. El circuito es necesario para poder vivir de esto, pero no hace falta bastardear la obra.
¿Qué esperás de la escena del arte contemporáneo en Mendoza?
Lo que temo es que Mendoza esté configurando su escena a través de la copia de un modelo que no le es propio. También veo que los programas culturales se orientan mucho al espectáculo; todo pasa rápido, y después… cero reflexión, cero profundización, cero formación, es como el “Fast food de la cultura”.
Hay mucho por hacer, y todos tenemos que hacer, no unos pocos. Me lo digo a mí mismo también porque eso espero del arte mendocino, que hagamos mucho, y con consciencia. Lo que es posible porque el artista es un ser reflexivo, inquieto, y combativo, y esas virtudes lo hacen “catalizador” de cambios.
De hecho, en Mendoza hay muchos y muy buenos artistas, en todos los ámbitos, y algunos están haciendo muchas cosas.
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