Camino al Machu Pichu, una parada obligada que no siempre se destaca en el itinerario hacia la ciudad sagrada, es Ollantaytambo, la única ciudad inca viviente. Su fascinante encanto radica justamente en que es la única ciudad del incanato en el Perú que aún es habitada. Pasar unos días allí, en casas cuyos muros conservan el diseño y los materiales que los propios Incas construyeron, o caminar por callejuelas empedradas, con acequias de riego diseñadas por los Incas, genera singulares sensaciones.
La mayoría de los viajeros llega a Ollantaytambo a la madrugada –desde Cuzco- para tomar en la estación el Perú Rail. El tren –desde Ollanta- inicia su recorrido por la margen del río Patakancha que luego se une con el río Urubamba o río celestial, como lo llamaban los Incas. Lo llamaban así porque el río suponía ser el espejo de la Vía Láctea en la cosmología andina. A lo largo de este “río-Vía Láctea” se llega hasta el pueblito de Aguas Calientes para ascender finalmente a la ciudad perdida de Machu Pichu.
Muy pocos viajeros deciden quedarse en “Ollanta”, los que lo hacen, sin dudas descubren un lugar que se puede disfrutar por su riqueza arqueológica y por ser un auténtico pueblo peruano que guarda en cada rincón secretos del pasado incaico.
Ollantaytambo está a 2.700 metros de altura, y tal como lo hemos señalado, tanto su diseño como las bases de la mayoría de sus edificaciones corresponden a la época del Incario. El pueblo, en una hondonada que cae al río Patakancha, está rodeado de cerros donde los Incas levantaron un estratégico centro militar, religioso y agrícola, que era el bastión inca de la resistencia de Manco Inca contra los españoles. El escenario arquitectónico es de excepcional interés por el tamaño, estilo y originalidad de sus edificios. Hoy conforma un Parque Arqueológico dentro del Valle Sagrado. Un pueblo lleno de tradiciones y herederos del antiguo imperio.
El origen del nombre tiene varios enfoques. De acuerdo a la lengua aymara, Ollantaytambo quiere decir «lugar para ver hacia abajo»; pero hay quienes aseguran que significa, «ciudad que ofrece alojamiento, comida y consuelo a los viajeros».
La ciudad y las ruinas conviven y se mezclan. Cafecitos, bares y restaurantes sobre la plaza principal, albergues o hostels acomodados en construcciones incas le dan esa característica única y pintoresca. Los impactantes muros fueron construidos como fortaleza ya que funcionaba como “tambo” o ciudad-alojamiento, ubicada estratégicamente para dominar el Valle Sagrado de los Incas.
El tipo arquitectónico empleado y la calidad de cada piedra, trabajada individualmente, hacen que Ollantaytambo esté catalogada como ciudad-obra de arte. Quince manzanas de casas, conservan la traza original en un pequeño valle. Alrededor las ruinas arqueológicas se asientan en las laderas de los cerros. Las más visitadas son el Templo del Sol y sus gigantescos monolitos, 6 piedras de pórfido rojo y entre ellos listones que caben con increíble exactitud; la Real casa del Sol, conformada por 17 terrazas superpuestas; el Recinto de las diez Hornacinas y la Portada Monumental, que tiene una impactante pared que imita dos lienzos pétreos y conforman una especie de sala.
En las laderas de enfrente se ven desde abajo los fuertes de Choqana e Inkapintay, a los que se puede llegar fácilmente por un sendero y comprobar que desde allí los Incas tenían una amplia visión de su ciudad, desde donde dicen se controlaba y vigilaba cada movimiento.
Ollantaytambo se caracteriza por el tipo de piedras utilizadas para las construcciones y el fino y detallado trabajo que los Incas realizaron sobre ellas. Acequias del tamaño de una hijuela que trasladan el agua por el medio de las angostas callecitas de piedra, por las que apenas caben los tuc-tuc, las típicas motocicletas con carcazas coloridas.
Si el destino es Machu Pichu, no dejen de recorrer Ollantaytambo, punto de partida o de llegada de turistas que eligen el tren para encarar la fabulosa travesía por el Valle Sagrado, especial viaje sobre rieles que será contado en otra historia.