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Mirá quién habla: Vicente Rucci Dallas

Embarcate en un viaje fascinante para descubrir el «lado B» de Vicente Rucci Dallas, el cocinero protagonista de un restorán a puertas cerradas en su propia casa. El multifacético e investigador de sabores y experiencias artísticas, nos regaló una increíble producción.

Estoy acostumbrada a comenzar las entrevistas haciendo preguntas, pero esta vez fue diferente, las respuestas vinieron antes. De hecho, nos sentamos a hablar como si estuviésemos en una charla más de amigos y, entre emociones, floreció una nota tan hermosa como intensa.

A Vicen ya lo conocíamos (obvio) por ser el pilar de Muchachito Vicente, una propuesta gastronómica a base de plantas que si no conocés, no sé qué estás esperando para visitarla. Y si bien damos fe de su talento en la cocina, quisimos conocer más sobre el gran universo e historias que lo rodean.

Oriundo de Rivadavia, Vicente, de 38 años, se instaló en la Ciudad a los 18 años para estudiar teatro, su otra gran pasión. Al día de hoy, su vida se puede dividir en la cocina y el teatro, o más bien una fusión de ambos, porque como bien afirma, “puedo cocinar porque puedo actuar”.

“Cocinar no solo es hacer una receta y combinar sabores, es también estar afuera, poder hablar, desenvolverse. En ese sentido, el teatro me dio muchas herramientas”, afirma Vicen, y revela que un apoyo importante para aprender a liderar fue su psicóloga, quien lo ayudó a cambiar las formas de comunicación para que todo fluya mejor y se logren los objetivos.

En su infancia, su mamá les enseñó (a él y a sus hermanos) a resolver las comidas con lo que había. Fue recién a los 19 años cuando, después de encargarse del salón de un restaurante llamado Albahaca, comenzó a demostrar su magia.

Luego vino Buenos Aires, donde fue a tomar más clases de teatro y también descubrió su amor por la música. Allí se abrió un emprendimiento de comida que no resultó y lo dejó. Comenzó a cocinar de nuevo porque volvió a comer carne unas semanas después. Pero fue el fallecimiento de un muy amigo el acontecimiento que lo llevó a dejar la ciudad de la furia y moverse al país vecino, Chile.

Aferrado al noise, con el objetivo de llegar a Berlín a través de su música, emprendió viaje a Valparaíso en 2017. Vivía en un hostel y visitaba el mar incontables veces. En ese momnto, ya había arrancado el proceso de transición de género, pero se llamaba Cristal. También se hizo vegano y redobló apuestas con la cocina. 

Ese lugar fue el que vio nacer a Vicente Rucci Dallas. “Soñaba con nombres hasta que un día, recorriendo el súper, alguien dijo Vicente y me giré. Ahí entendí que ese iba a ser mi nombre”, declaró y reveló que también es Emanuel en el DNI, ya que su madre quería ponerle ese nombre cuando estaba en la panza. 

“¿Cómo lo viviste?”, pregunté. A través de algunas lágrimas, el agua y la sensibilidad del pisciano invadió por un momento la charla. “La transición me costó los primeros 30 años de mi vida, después todo fue felicidad y alivio”, respondió.

“Una vez que Vicente apareció ya está, me miré al espejo y me gusté por primera vez. Nunca supe ser mujer y a su vez tampoco soy un varón, soy una persona de género fluido, pero si algo sé, es que no soy mujer. Vicente fue la libertad, el poder ser”, manifestó.

Poco tiempo transcurrió para que su actual propuesta gastronómica viera la luz. Primero fue Muchachito Delivery, donde en realidad el delivery era él moviéndose por ciudades. Luego, vino Muchachito Vicente, un verdadero viaje de sabores y experiencias, el lugar donde, según él, puede ser sin intervenirse. Es su espacio creativo, su arte.

¿Qué es lo que te sigue entusiasmando después de tanta trayectoria y reconocimiento?

La combinación de sabores que por ahí son usualmente incorrectas o incombinables para la cocina. 

¿Qué proyectos se vienen?

Estoy con ganas de viajar, de cocinar en otros lugares. También se vienen talleres y charlas sobre experiencias o herramientas para comunicar tu proyecto en las redes. 

Igual, estoy un poco en crisis, saturado de tener que sostener tanto. Por ahí me gustaría que me digan qué hacer, y si a eso le puedo poner creatividad, mucho mejor. Siento que tengo mucho que aprender todavía.

¿Qué onda la comunidad de Muchachito?

Siento que Muchachito tiene una comunidad que lo abraza, lo banca y lo sigue. Mi desafío es que ese espacio sea consumido con respeto y que cada vez tenga más alcance. Lograr que mi comida sea sofisticada para los ojos del mercado nacional e internacional. 

Hay mucho prejuicio. La gastronomía es un espacio cuadrado y se hace difícil. Aparte, es como que vengo a romper con todo, y la gente no se lo toma normal. 

¿Cuál es el fuego en tu vida?

Es la cocina, es mi ascendente en Aries, es parte de mí. Es eso que no me deja caer. Es lo que se aviva cada tanto y me recuerda por qué estoy donde quiero estar. 

¿Qué serías si no fueras gastronómico?

Muchas cosas. Podría trabajar en un cine. Me gusta mucho, me genera agua en la boca una buena actuación. 

¿Qué le cocinarías a alguien que querés mucho y a alguien que no tanto? 

Al que no quiero tanto le haría el mejor plato que jamás haya probado y a quien quiero le haría algo calentito, dulce, un poco de picante, ácido. 

Un restaurante que nunca falla…

Bodegón Entretiempo, allí voy a comer papas a la provenzal o fideos con tuco y sé que siempre va a satisfacerme. Es bueno, bonito y barato. También salgo a comer a Cocina Gardenia, La Vermu o Monono. Me gusta mucho El Gourmand, un café cercano a mi casa.

¿Qué cosas te dan bronca y cuáles te dan paz?

La injusticia, la falta de empatía y de cuidado me dan mucha bronca. La paz me la da sentarme en el patio, estar con mis amigues, así como también estar en silencio.

¿Quién es tu referente en la vida?

Mi madre, sinónimo de amor y paciencia. Mis amigos siempre son referentes. 

¿Un lugar para vivir?

Mendoza es el lugar al que siempre puedo volver, mi raíz, pero no tengo un lugar que sé que viviría siempre, voy mutando mucho.

¿Cómo definirías a Vicente?

Vicente soy yo, es un modo de expresión, es la única forma en este plano para expresarme y ser. Es emocionalidad, es compañía, es gracioso y bizarro, ridículo para hacer reír a los demás. 

Vicente es apasionado, es sensible, lo atraviesa lo artístico y no tolera las injusticias. Su risa contagiosa inundó la charla desde el primer momento y la esencia misma de este ciclo se hizo presente: que no importe el tiempo y que las anécdotas se multipliquen. Salud por eso.

Mirá quién habla: Elemento fuego

Compartimos un breve fragmento de Paulina Gervasi, directora de arte de la revista, a modo de complementar esta hermosa producción con el fuego como elemento.

El ser vestido de rojo no sabe a ciencia cierta si existe o no. Su mundo es solitario y nadie allí confirma su presencia, él gusta de su soledad y se siente en calma habitando su tiempo y espacio, nada lo perturba. 

El ser vestido de rojo vaga meditabundo su suelo en donde el tiempo es un bucle incierto y así transcurre su vida improbable. 

Cada día, días según un calendario que él mismo inventó, enciende una vela, aquella pequeña llama es tan real que solo ella basta para que el ser vestido de rojo confirme su existir. 

El pequeño fuego ilumina las horas oscuras y reconforta con un calor. El pequeño fuego se transforma en un mar de fueguitos en el pequeño altar que armó para sí mismo, ese pedacito de mundo en el cual se mira a sí mismo y se siente seguro de saberse ser. 

Crear este pequeño altar y encender esta vela es creer, creer en mi ser y confiar en que existo.

Fotos: Salomé Vorfas.

Dirección de arte: Paulina Gervasi.

Video: Rocío Carloni.

Vestuario: Capote Indumentaria.

Velas: Árida.

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