Mendoza ha sido reconocida en publicaciones internacionales -como National Geographic- como un ejemplo valioso de “ciudad oasis”. Nuestra arboleda urbana es motivo de orgullo.
Más de un siglo y medio después de su segunda fundación, la ciudad conserva su característica distintiva que más sobresale: la generosa arboleda que le legaron sus precursores. La gran forestación es regada por nuestras tan mendocinas acequias, que se ubican junto a casi todas las calles, proporcionándole el agua necesaria.
Basta levantar la vista del suelo unos 90 grados y concentrarnos en las muchas especies que nos “cuidan” desde lo alto. Y decimos que nos cuidan porque los beneficios del arbolado urbano son muchos: purifica el aire, incrementa la humedad, disminuye la temperatura, atenúa los ruidos, suaviza el impacto de la lluvia y del sol.
El arbolado reduce la “artificialización” de las ciudades, proporciona contraste con los edificios, embellece el lugar. Pero además aporta beneficios sociales, psicológicos, recreacionales. Los árboles reducen el estrés, beneficiando la salud psicofísica del habitante urbano. El sombreado agradable de calles y parques invita a la socialización y al juego.
En el caso particular de la ciudad de Mendoza, la arboleda de calle tiene un papel fundamental, porque atenúa los fuertes calores del verano, propios del medio local semidesértico. Además, su arraigo de larga data y el acondicionamiento del espacio para su albergue convierten al arbolado en un legado histórico y un elemento conformador de la identidad local y provincial.
De la protección frente a los sismos al mejoramiento del paisaje
Recordemos que el árbol en Mendoza aparece conjuntamente con la acequia para dotarlo de agua, ante la escasez natural de este recurso. Los primeros desarrollos de esta arboleda suceden en la época colonial, pero desorganizadamente. Recién tras el terremoto de 1861 comienza a planificarse la arboleda pública en el trazado urbano, en principio como protección frente a posibles sismos y luego, para mejorar el paisaje urbano.
Así, entre fines de siglo XIX y principios del XX se produjo un gran desarrollo de la forestación urbana. Hasta mediados de siglo XX continuó forjándose la arboleda pública, pero esta vez, en sectores con relevancia social, como el centro cívico, la plaza Independencia, etc.
Una tipa “piola”
Cada especie arbórea posee sus características que pueden resultar convenientes o no según cada lugar. Por eso, al arborizar una ciudad, es necesario seleccionar cuidadosamente aquellas especies que mejor se acomoden al sitio.
Plátanos, moreras, tipas, fresnos, jacarandás, arces, aromos franceses, paraísos, brachichitos, olmos… dibujan la trama urbana de nuestra ciudad. Pero fueron las tipas las que llamaron nuestra atención la pasada primavera.
Originario de nuestro país y de Bolivia, es común la alineación de este árbol en calles anchas, avenidas, paseos y también en jardines por su magnífica floración amarilla. Es un árbol de rápido crecimiento, corpulento. Se acomoda a todos los suelos, siempre que sean sanos, y da muy buena sombra. Además, resiste la sequía sin perder hojas.
Fue precisamente Carlos Thays, arquitecto y paisajista del parque General San Martín, quien a fines del siglo XIX y principios del XX difundió en la Argentina el uso de este y otros árboles autóctonos para el adorno de los parques, paseos, avenidas y bulevares de las principales ciudades.
Su nombre científico es tipuana tipu -conocido también como tipa, tipa blanca o palo rosa- y pertenece a la familia de las fabáceas o leguminosas. De altura media, llega a alcanzar fácilmente los 18 metros. Su copa es bien aparasolada y muy ramificada. Tiene hojas compuestas; foliolos o piezas más o menos numerosos a los lados de un eje principal. Las flores son amarillentas y se agrupan en la extremidad del tallo.
Sus raíces son robustas y extensas, motivo por el cual se eligieron veredas amplias y plazas para su colocación. Así, el tamaño y aspecto externo de los ejemplares es viable con la trama de la ciudad, de modo que no ocasiona molestias ni interferencias con los restantes elementos urbanos.
Por todas estas características es que la Alameda, las plazas Independencia, Chile e Italia y el bulevar de la calle Mitre -entre muchos otros espacios- están poblados de tipas. Las farolas y bancos, los monumentos, las fuentes con sus chorros de agua, los puestos de dulces y artesanías… todos elementos que -según desde dónde se los mire- interactúan con las tipas, pintan sus contrastes de colores. Y ellas, que juegan a los claroscuros, que dibujan equilibradas asimetrías…
Párrafo aparte merece la avenida dedicada a este árbol en el parque General San Martín, uno de los espacios verdes urbanos más importantes de la Argentina, no sólo por su extensión sino por estar muy cerca de la ciudad.
El parque sorprende con múltiples especies en su patrimonio forestal -originarias de América del Norte, Asia, Europa y Australia-, entre las que se destacan las tipas. La “Avenida de las Tipas” se dibuja casi paralela a la avenida Boulogne Sur Mer. Si la recorremos, podemos encontrar a nuestro paso el Club Independiente Rivadavia y el Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas «Juan Cornelio Moyano», por ejemplo.
Los departamentos de la Avenida de las Tipas
Y son estas tipas y no otras -las del parque- las que eligieron los horneros para su condominio. Totalmente acostumbrados a habitar núcleos urbanos, esta vez se alejaron un poco del cemento, el calor y el bullicio de la ciudad -ningunos tontos- para instalarse en el paraíso verde de Mendoza, más exactamente en las ramas gruesas de las tipas que le dan nombre a la avenida.
Esta formidable estructura es construida por los horneros con su pico como única herramienta, uniendo los diferentes materiales hasta formar un «horno» de barro arcilloso. El trabajo les toma entre 6 y 8 días. El nido pesa 4 o 5 kilos y es capaz de soportar mucho peso y adversidades climáticas durante años. Aunque se conserve intacto a lo largo del tiempo, todos los años construyen uno o más, a veces sobre el anterior. Por eso pueden observarse como edificios de departamentos de varios pisos. Sus nidos abandonados son ocupados por otras aves y también por pequeños mamíferos.
Nos fuimos por las ramas… ¡y nos duele el cuello de tanto mirar para arriba! Volviendo a la tierra, debemos destacar que la arboleda contribuye a la calidad estética del paisaje urbano, proveyendo homogeneidad mediante un “telón verde” que se despliega sobre la heterogeneidad visual caótica de las construcciones de la ciudad. El árbol urbano contribuye al bienestar humano en un medio natural poco favorable, como lo es el semidesértico, además de ser un legado histórico, digno de preservar.
Lo bancamos al sabio de Carlos Thays, quien a lo largo y ancho del país concretó y remodeló espacios verdes y plazas, construyó jardines e hizo arbolar las calles con miles y miles de ejemplares y realizó obras paisajísticas de gran importancia y belleza, siempre protegiendo el patrimonio natural e incentivando los estudios científicos. No sólo le debemos el diseño de nuestro maravilloso parque, sino también que haya difundido el uso de la tipa, este árbol autóctono tan “piola” para el adorno de nuestros parques, paseos, avenidas y bulevares.