En Coyoacán -México- la Casa Azul es una visita obligada. Hablamos del hogar – taller de Frida Kahlo (1907 – 1954), la pintora latinoamericana más famosa del siglo XX, figura fundamental del arte mexicano. Este universo íntimo de Frida, ubicado en calle Londres 247, en uno de los barrios más bellos y antiguos de la ciudad, fue propiedad de sus padres desde 1904. Allí Frida vivió y murió, y desató en vida su propia leyenda.
La Casa Azul fue convertida en museo en 1958, cuatro años después de su muerte. Hoy es uno de los lugares más concurridos en la capital mexicana; mensualmente recibe cerca de 25 mil visitantes, 45% de ellos extranjeros. La casa abre sus puertas de martes a domingos a estudiantes, artistas, viajeros y turistas, y expone la realidad de una artista marcada por una vida trágica, turbulenta, desbordante de creatividad y especialmente apasionada.
Cuando uno profundiza en el conocimiento de la obra de Frida Kahlo y tiene el privilegio de conocer su hogar, descubre la intensa relación que existe entre ella, su pintura y su casa. Aunque al casarse con el famoso muralista Diego Rivera vivió en distintos lugares de la Ciudad de México y del extranjero, Frida siempre regresó a éste, su refugio en Coyoacán. La casona alberga objetos personales que revelan su vida más íntima y expone algunas obras importantes como “Viva la Vida” (1954); “Frida y la cesárea” (1931); “Retrato de mi padre Wilhem Kahlo” (1952), entre otras.
Una historia de dolor e impedimentos propició el descubrimiento de Frida por la pintura. A los 18 años sufrió un trágico accidente: el autobús en el que viajaba fue arrollado por un tranvía, hecho que tuvo graves consecuencias en sus huesos y espina dorsal. Debido a la inmovilidad de los primeros meses fue que comenzó a pintar. Así se relacionó con varios artistas, entre ellos la fotógrafa Tina Modotti y el ya reconocido Diego Rivera, con quien en 1929 contrajo matrimonio. Frida Kahlo durante su vida conoció a Pablo Picasso y André Bretón; fue amiga del revolucionario ruso León Trotsky y del poeta Pablo Neruda. Su casa recibió a escritores, artistas, directores de cine, médicos, políticos, fotógrafos.
Muchas veces calificada como surrealista, Frida Kahlo por el contrario, siempre se consideró a sí misma “de esos pintores que no pintan sueños sino su propia realidad”. Su pintura va del autorretrato a las naturalezas vivas; de los cuadros de nacionalistas como “El marxismo dará salud a los enfermos”, a las telas realistas en las que da testimonio de su condición femenina, como “Mi nacimiento”, donde con crudeza retrata el acto de nacer.
Frida expuso en vida en la Julien Levy Gallery, en Nueva York (1938); en la Galerie Renou et Colle, en París (1939); en la Galería de Arte Mexicano de Inés Amor, en la Ciudad de México (1940); en la Exhibición Internacional de Surrealismo, y en la Galería de Arte Contemporáneo de Lola Álvarez Bravo (1953). El Museo del Louvre adquirió uno de sus autorretratos más cotizados. También en México, Frida recibió el Premio Nacional de Pintura. Hoy su obra se ha colocado en un lugar importante del mercado del arte, y sus cuadros se encuentran en numerosas colecciones privadas de México, Europa y Estados Unidos.
La Casa Azul: espacios y misterios develados
“Pies para qué los quiero si tengo alas pa´ volar”, es una de las frases que se imprimen en los muros de la Casa Azul.
La Casa Azul se convirtió en una síntesis del gusto de Frida y Diego, y de su admiración por el arte y la cultura mexicana. Ambos pintores coleccionaron piezas de arte popular con un gran sentido estético. En particular, Diego Rivera amaba el arte prehispánico. Muestra de ello es la decoración de los jardines y el interior de la Casa Azul, donde se muestran algunas piezas realmente bellas.
Un cosmos maravillosamente creativo y revolucionario se expresa en sus paredes. El escritor, poeta, museólogo y político mexicano Carlo Pellicer en noviembre de 1955 describió así a esta morada: “Pintada de azul, por fuera y por dentro, parece alojar un poco de cielo. Es la casa típica de la tranquilidad pueblerina donde la buena mesa y el buen sueño le dan a uno la energía suficiente para vivir sin mayores sobresaltos y pacíficamente morir…”
El hogar de Frida se abre como museo porque tanto Kahlo como Rivera abrigaron la idea de donar al pueblo de México su obra y sus bienes. Hoy, la atmósfera del lugar permanece como si Frida habitara en él.
La casona tiene una construcción de 800 m2 y un terreno de 1200 m2. Construida a la usanza de la época, posee un patio central con los cuartos rodeándolo. Diego y Frida más tarde, le dieron un estilo muy particular y, al mismo tiempo, le imprimieron colores y decoración popular.
En la primera sala dedicada a Frida se presenta su obra al óleo. Las telas que reflejaron su estado de ánimo, su postura ante el mundo, sus temas de obsesión: el autorretrato y la infertilidad. Sin embargo en la sala impera la esperanza y la pasión por la vida, y también retratos de familiares y amigos, característicos con escenas sin perspectiva y de vivos colores.
Todas sus inspiraciones están exhibidas en la Casa Azul: retratos y fotografías, libros intervenidos con dibujos y poemas, cartas, cerámicas y vestidos. La paleta de colores de Frida se muestra en una de las salas, rescatada a través de una profunda restauración. Esta pieza se acompaña de un extracto del diario íntimo de la pintora, donde describe y dota de emociones a cada color utilizado por ella en su obra. Algunos cuadros, como “Paisaje de Nueva York” o “Autorretrato” están inconclusos, aunque muestran todas las características de la pintura de Kahlo: el trazo, la mirada fija, la indumentaria y la carga emotiva.
La sala de la cocina representa el típico fogón mexicano. Aunque en esa época ya se usaba la estufa con gas, Frida y Diego preferían cocinar a la manera antigua, con leña, y preparar platillos prehispánicos, coloniales y populares. “Si nosotros no somos nuestros colores, aromas, nuestro pueblo, ¿qué somos? Nada”, afirmaron en múltiples ocasiones.
En el comedor convivieron grandes personalidades de la cultura y destacados artistas de la época: André Breton, Tina Modotti, Edward Weston, León Trotsky, Juan O´Gorman, Carlos Pellicer, José Clemente Orozco, Isamu Noguchi, Nickolas Muray, Sergei Eisenstein, el Dr. Atl, Carmen Mondragón, Arcady Boytler, Rosa y Miguel Covarrubias, Aurora Reyes e Isabel Villaseñor, entre muchos otros.
En el estudio se encuentra el caballete que le regalara Nelson Rockefeller, sus pinceles y sus libros. Además de un estilo funcionalista, este espacio adquirió un decorado con objetos de arte popular mexicano. En esta zona de la casa, Diego colocó plafones con mosaicos y llenó las paredes de caracoles de mar y jarros empotrados con la boca al frente, para servir de palomares. También se encuentran libros de historia, literatura, arte y filosofía. Hay frascos de barniz y de perfumes –usados como recipiente de sus pinturas- dispuestos en su forma original.
En la recámara que Frida usaba de día permanece su cama con el espejo en el techo -donde se reflejaba- con el cual pudo retratarse. En la cabecera de su cama se pueden ver los retratos de Lenin, Stalin y Mao Tse Tung. En su recámara de noche se guarda la colección de mariposas, obsequio del escultor japonés Isamu Noguchi, además del retrato que le hiciera a Frida su amigo y amante, el fotógrafo Nickolas Muray. Hay una colección de juguetes y más de 40 muñecas diseñadas por Frida en representación de sí misma. Sus cenizas reposan en el tocador, a manera de altar, dentro de una urna prehispánica.
Al final de su vida, cuando la salud de la artista decayó, vistió más de 25 corsés a lo largo de diez años. De 1950 al 51, la pintora permaneció internada en el Hospital Inglés. En 1953, ante la amenaza de gangrena, se le amputó la pierna derecha. Frida Kahlo murió en la Casa Azul el 13 de julio de 1954, cuando el Instituto Nacional de Bellas Artes le preparaba, como homenaje nacional, una muestra retrospectiva.
En el año 2007 –tres años después de la muerte de la amiga de Diego Rivera y mecenas Dolores Olmedo, quien presidía un fideicomiso que administraba el museo- salieron a la luz pública más de 28.000 nuevos documentos, 6500 fotografías, impresos y grabados, objetos personales, casi 300 prendas de vestir de Frida y corsés, y más de 400 dibujos y obras. Éstos habían permanecido guardados en los baños y bodegas de la casona, a pedido de Diego Rivera.
Actualmente en la Casa Azul, estos objetos que permanecieron encerrados por más de 50 años, se exhiben por primera vez. La muestra se denomina “Las apariencias engañan” y su tesis central explora la identidad de la artista, expresada a través de la impactante imagen visual que construyó con base en la ropa de su elección. Ambientada en cinco salas, la exposición revela la consciente elección de Frida por vestir indumentaria tradicional tehuana (que se transformó en su segunda piel, una declaración ideológica y cultural), para estilizar su figura y construir su identidad a partir de su discapacidad. La exposición refleja además que la figura de Kahlo sigue inspirando a grandes artistas, firmas y diseñadores de moda tradicionales como Jean Paul Gaultier, Dais Rees, Comme des Garcons y Riccardo Tisci, entre otros creativos.
Para tener en cuenta
Al ingresar se paga una tarifa por el boleto de entrada de 80 (en la semana) o 100 pesos mexicanos (durante el fin de semana), y un adicional de 60 pesos mexicanos para tomar fotografías. Las visitas guiadas cuestan 400 pesos mexicanos y se aceptan pagos con tarjetas de crédito Visa y Mastercard. Este aporte ayuda a la conservación de la colección y cubre los costos de mantenimiento del recinto. Además, con el boleto de entrada al Museo Frida Kahlo se recibe una cortesía para visitar el Museo Diego Rivera – Anahuacalli, también ubicado en Coyoacán. La entrada es gratuita para personas de escasos recursos o con capacidades diferentes y a niños menores de 6 años acompañados por sus padres.