Llueve en un escenario, baila un robot, una mujer completamente virtual canta ópera, el teatro más antiguo de Europa se convierte en una plaza llena de tierra con una fuente giratoria, un balcón se transforma en un escenario: es la escena teatral de la red de Teatros de Madrid, una de las más creativas, activas, frenéticas y vanguardistas del mundo.
Detrás de toda esta creación imparable, de esta gigantesca máquina cultural que es una referencia en el mundo entero, hay un gran equipo técnico, que debe ejecutar cientos de tareas para que el robot sea robot, la lluvia no arruine un espacio ni electrocute al público o la tierra no sepulte lo que es patrimonio cultural europeo. Y allí está Gaby Belvedere, una mendocina que llegó a Madrid hace 22 años para pasar un tiempo y se quedó a vivir.
En Madrid creció su hija y en Madrid desarrolló una pasión que la llevó a la dirección técnica adjunta de una de las redes de teatros y espacios artísticos más grandes del planeta, que cuenta entre sus espacios al Teatro Español, el teatro activo más antiguo de Europa; las Naves de Matadero, un complejo de salas que alberga el teatro más vanguardista y decenas de talleres; el Teatro Fernán Gómez, en el corazón de la Plaza Colón; el Teatro Circo Price, un espacio dedicado a la exhibición y difusión de artes circenses, música y magia; y el Centro Cultural Conde Duque, un imponente edificio barroco que constituye uno de los principales centros culturales de la capital española.
«Hablamos de diez espacios en los que diariamente se ofrecen espectáculos», dice Belvedere, quien con su equipo conformado por un director técnico y tres adjuntos, debe velar para que todo, pero todo esté milimétricamente calculado y en su sitio.
«De la Dirección Técnica dependen todas las secciones que engloban los oficios necesarios para el correcto funcionamiento de un espacio escénico: Iluminación, maquinaria escénica, audiovisuales, utilería, sastrería, peluquería y maquillaje. Coordinamos a más de 200 personas entre los cinco teatros públicos», explica.
«Hacemos la supervisión y coordinación entre los teatros y centros, oficinas y secciones técnicas y organización de personal técnico. Es un trabajo clave para que toda la actividad esté sincronizada».
A más de 10 mil kilómetros de su casa, sin parientes cerca y con una niña de cuatro años, Gabriela consiguió «por casualidad» un trabajo de asistente de cámara en el ´99. «Era por unos meses en una nueva obra de teatro que se presentaba en Madrid, en el Teatro Alcalá. Se hacían entrevistas en vivo durante la entrada del público. La cosa es que esa obra fue un boom en esa época y, al final, estuvo cuatro años en cartel. Esa fue la primera vez que entré y vi las “tripas” de un teatro y su funcionamiento».
Has recorrido un largo camino…
«En el Teatro Alcalá fue donde conocí la figura del Regidor de Escena (stage manager). La regidora o regidor es la persona encargada de llevar adelante la coordinación de cada movimiento dentro de la escena -tanto en el nivel técnico como humano- y marcar la entrada y salida de las actrices y actores, siguiendo el guión pautado, en ensayos y en representaciones con público. Nada se ejecuta en una obra si no lo marca la regidora o el regidor. Y, como necesitaba reinventarme, pensé: ´eso es a lo que me encantaría dedicarme´».
Entonces se puso manos a la obra y decidió especializarse y obtener un título: por las mañanas estudio, por las tardes trabajo como asistente de cámara, y en el medio, una familia. Hasta que en 2005 consiguió su primer trabajo de regidora en el Teatro Fernán Gómez.
«En 2011 me ofrecieron ser coordinadora técnica en el Teatro Español y Matadero. En ese momento, pasé de regir los espectáculos en vivo a coordinar sus montajes y desmontajes. Ese es, también, el momento en que me metí de lleno en el mundo de la producción técnica de espectáculos y tuve el placer de poder aprender de los mejores», asegura.
En 2016, finalmente, llegó el nombramiento como adjunta a la Dirección Técnica. «Mi trabajo es de gestión pura y dura. Eso no quita que sea fantástico: cada día es un reto distinto, y más en estos momentos que vivimos. Además, tengo la suerte de trabajar y de seguir aprendiendo con gente maravillosa, como son mis compañeros. Y así fui creciendo dentro del teatro a medida que aprendía. Mi logro ha sido por méritos, por horas y horas de trabajo y dedicación, y tener la suerte de trabajar en un sitio donde se valora el esfuerzo, por supuesto. Realmente me siento muy afortunada de estar donde estoy».
¿Cuál es la producción más loca que recordás?
Después de tantos años y tantísimas producciones es difícil contestar esta pregunta. Hemos hecho muchas locuras en los espacios que llevamos. Por ejemplo, cuando montamos Los Cuentos de la Peste -escrita por Mario Vargas Llosa- levantamos, literalmente, todo el patio de butacas del Teatro Español para convertirlo en una plaza con tierra, una fuente antigua que giraba y tenía agua y hasta un ciprés de seis metros de altura. Teniendo en cuenta que el Teatro Español es el teatro en activo más antiguo del mundo, y que cada una de sus butacas es patrimonio de España, fue una auténtica locura ese montaje, ya que las trabas respecto al patrimonio cultural son enormes; debíamos llevar un muy especial cuidado con cada cosa que hacíamos. Esta fue -como curiosidad- la primera y única incursión en escena de Mario Vargas Llosa como actor.
También rescato como algo curioso y muy moderno la ópera Vocaloid llamada The End, protagonizada por la cantante virtual de j-pop (pop japonés) mundialmente famosa Hatsune Miku, acompañada por Keiichiro Shibuya, uno de los músicos japoneses contemporáneos más innovadores y originales de los últimos años. Esa puesta en escena fue impresionante a nivel técnico, me encantó poder verla. Particularmente, disfruto mucho de aquellos detalles técnicos que el público, normalmente, no percibe.
En otro momento, tuvimos otra compañía de teatro japonés, que trajo una robot androide espeluznantemente humana que interpretaba a Chéjov. Ver eso también fue impresionante.
Tu trabajo implica, además, llevar adelante más de una decena de espacios…
Dentro de los espacios de teatro del Ayuntamiento de Madrid, el más moderno y alternativo tiende a ser las Naves del Matadero. Allí tuvimos, durante algunos años, el Festival Fringe o Frinje (en castizo) de artes escénicas. Madrid, así, se unió a ciudades como New York, Dublín, Melbourne, Vancouver, Toronto, Singapur y otras, para hacer este festival de teatro alternativo de un mes de duración. Cada julio, aproximadamente desde las once de la mañana hasta las dos de la madrugada -ininterrumpidamente- en todos los espacios de Matadero hacíamos teatro con compañías de todas las ciudades europeas y de muchas ciudades del resto del mundo, así como, por supuesto, compañías españolas. Cuando digo en todos los espacios es, literalmente, en todos. Además de las propias salas, hacíamos teatro en patios, baños, terrazas, azoteas, almacenes donde guardamos escenografías. En fin, una locura absoluta de personal técnico montando y desmontando -en cada rincón- escenarios en horas.
Ustedes hacen volar, llover, tronar
Hemos convertido escenarios en piscinas, hemos hecho llover, hemos hecho volar un botafumeiro de un metro de alto por encima de las cabezas del público. En fin, podría contarte mil y una anécdotas. Cada uno de los teatros y espacios que llevamos tiene su singularidad, y de cada uno te podría contar cientos de historias durante los montajes, a cada cual más curiosa. Realmente es maravilloso ver cómo las ideas y los sueños de un director artístico se hacen realidad y llenan un espacio primeramente vacío. Es un proceso de muchísimo trabajo en el que hay que coordinar muchísimas personas y recursos. Estresante al extremo, sí, pero cuando llega el día del estreno, sube el telón y todo funciona con la precisión de un reloj suizo; es una sensación indescriptible. Supongo que a eso nos referimos cuando hablamos de la magia del teatro.
La pregunta que no puede faltar ¿Extrañas algo de Mendoza?
Vuelvo cada vez que puedo, tengo a toda mi familia allí, entre San Rafael y Mendoza. Y bueno, después de 22 años afuera, uno se acostumbra a gestionar el estar tan lejos. Al menos, doy gracias a que ahora, con esto maravilloso que tiene Internet, puedo mantenerme conectada a diario con mi familia, a la que estoy muy unida. Eso sí, hay algo que no he dejado de extrañar, ni dejaré de hacerlo jamás: la comida de mi madre.