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El poeta de la curva

En el mes de su nacimiento y muerte, recordamos la vida y obra del arquitecto y artista brasileño Oscar Niemeyer. Un pequeño homenaje a quien supo proyectar y construir un lenguaje propio para el disfrute de la humanidad.

Oscar Niemeyer llegó a la vida el 15 de diciembre de 1907. Lo recibieron sus padres, Oscar de Niemeyer Soares y Delfina Ribeiro de Almeida, quienes lo acunaron en el barrio de Laranjeiras, en la ciudad brasileña de Río de Janeiro. Luego de una juventud marcada por la bohemia carioca, egresó de la secundaria a los 21 años, se casó y trabajó durante un tiempo en el taller de tipografía familiar. En 1934 recibió el título de ingeniero arquitecto en la Escuela de Bellas Artes y en el estudio de sus colegas Lúcio Costa y Carlos Leão accedió en un principio a colaborar ad honorem. Seis años más tarde realizó una pequeña iglesia y un casino a orillas del Lago de Pampulha -lo que le dio reconocimiento en el resto del país-, y en 1945 se unió al Partido Comunista de Brasil.

 

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Oscar Niemeyer: “Las personas tienen que sonar, sino las cosas simplemente no suceden”.

 

 

Con el arquitecto suizo Le Corbusier participó en el proyecto del edificio principal de la Organización de Naciones Unidas en Nueva York y en 1954 desarrolló su casa privada en la localidad de Pedro del Río, lo que potenció su fama y prestigio internacional. Así es como dos aniversarios después, Oscar Niemeyer fue convocado por el urbanista Lúcio Costa para realizar las obras de la nueva ciudad capital en el centro del país: Brasilia. Decenas de edificios marcan su estilo único y curvilíneo: el Palácio da Alvorada, el Congreso Nacional, la Catedral de Brasilia, el Palacio de Itamaraty, el Palacio de Planalto o la Facultad de Arquitectura. En 1963, fue nombrado miembro honorario del Instituto Americano de Arquitectos de los Estados Unidos y ese año recibió el Premio Lenin de la Paz.

 

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El Centro Niemeyer de Avilés es la única obra del arquitecto brasileño en España.

 

 

La dictadura militar iniciada en 1964 lo obligó a renunciar a su cargo docente en la Universidad de Brasilia y a exiliarse en París, lo que posibilitó la aparición de nuevos clientes. Entre los proyectos internacionales en los que se embarcó, sobresale en Argelia la Universidad de Constantina, la sede del Partido Comunista Francés, la sede de la Editora Mondadori en Italia o la mezquita estatal de Penang en la capital de Malasia. Con el regreso de la democracia y a su vuelta en Brasilia, Niemeyer continuó sin descanso en el embellecimiento de la ciudad. Son de esta época construcciones como el Memorial JK, el edificio de la Red de Televisión Manchete, el Panteón de la Patria o el Memorial de América Latina en São Paulo.

 

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Imponente interior de la Catedral de Brasilia, también obra de Niemeyer.

 

 

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Museo de Arte Contemporáneo de Niterói, en Río de Janeiro.

 

 

En 1989 le concedieron el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, previo a la construcción del Museo de Arte Contemporáneo de Niterói, considerada una de sus obras más destacadas; a ella le siguen el Museo Oscar Niemeyer, en la ciudad de Curitiba, el Museo Nacional Honestino Guimarães, la Biblioteca Nacional Leonel de Moura Brizola o el Teatro Popular que lleva su nombre en Río de Janeiro. Decenas de honores y reconocimientos distinguieron al “poeta de las curvas”, inquieto por la plástica de sus obras pero sobre todo por la vida. “Lo que me agrada es constatar que luchar por un mundo mejor y más justo fue siempre mi preocupación”, sostuvo durante una entrevista a un medio chileno con motivo de su centenario.

 

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Congreso Nacional de Brasilia desde la Plaza de los Tres Poderes.

 

 

“No es el ángulo recto el que me atrae, ni la línea, recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida. De curvas es hecho todo el universo, el universo curvo de Einstein”, expresó en otra oportunidad. Niemeyer, el que decía tener 70 años por la satisfacción de los logros reunidos a esa edad, el que invitaba a soñar para materializar las utopías, el adicto a las conversaciones filosóficas, el amante de la vida, el de la incesante búsqueda de un punto infinito, tal vez el punto que fue a buscar el 5 de diciembre de 2012, cuando murió a los 104 años en su ciudad natal: Río de Janeiro.

 

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“Amo la vida y la vida me ama. Somos una dupla inseparable”.

 

 

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