El colorido vehículo en el que andan no pasa desapercibido. Por lo contrario, provoca en la gente solo reacciones positivas a su paso: sorpresa, curiosidad y alegría. Y no es nada más que lo que ellos buscan.
El arte no es una opción es sus vidas, es una necesidad. Es como el agua. Elemento básico, sustancia fundamental. El arte es lo que los mueve. Arte es lo que hacen desde que se levantan hasta que se acuestan.
Mauro Masi (27) y Sergio Rosales (38) son artistas autodidactas. Comenzaron pintando a modo de hobby, pero desde hace algunos años se toman el tema (un poco) más en serio; eligieron al arte como modo de vida.
Se conocieron a través del hermano de Mauro, amigo de Sergio. Un día, Sergio le compró un cuadro a Mauro. Allí comenzó mucho más que una amistad. Los artistas descubrieron que tenían unas cuantas cosas en común, se convirtieron en una especie de socios y empezaron a materializar sus “locuras”.
Montaron hace un año su taller en Potrerillos porque aseguran que es “donde mejor producimos, estamos más concentrados, tenemos más recursos, por ejemplo madera para las esculturas”. Allá se recluyen gran parte de la semana, y luego, los fines de semana, “bajan” hacia sus respectivas casas -en Luján y Maipú- , y vuelven a reunirse para salir a vender sus obras de una manera muy poco convencional.
Cargan su producción en la caja del “jeep” y salen a visitar amigos, a exponer en algún que otro espacio al aire libre, se bajan en un bar a tomar una cerveza… y así, a su paso, consiguen clientes, anotan encargos, se hacen nuevos amigos. Y venden sus obras.
“¿Ves ese pájaro de madera?”, señala Mauro hacia la escultura que descansa en la caja del jeep. “Recién nos bajamos a comprar en un kiosco y a un chico le gustó, lo quiere comprar, así que le di una tarjeta porque no llevaba plata encima”, cuenta el artista que vende sin esfuerzo.
Así, el dúo emprendió hace un tiempo, un viaje hacia el norte. “Recorrimos Bolivia y Perú vendiendo nuestro arte y también en busca de inspiración, viendo arte y costumbres distintas”, relatan.
Su producción, más que nada es pictórica. Aunque también realizan esculturas y tallan carteles en madera, hacen pantallas de lámparas en cuero y hasta reciclan azulejos convirtiéndolos también en obras de arte. Según su propia descripción, mezclan lo figurativo y lo abstracto, admiran a Dalí y a Picasso, usan muchos colores flúor -acrílico sobre tela-, sus trazos son “caricaturescos” y apelan al humor a la hora de titular las obras. “La tengo muerta, se llama aquel”, apunta Mauro hacia un cuadro que también está en el jeep. ¿El objetivo? Provocar alegría, sacarle una sonrisa a la gente.
“El espectador siempre encuentra cosas nuevas. Descubre un poco más después de que vio la pintura en un primer momento. Al jeep por ejemplo, si lo mirás en detalle podés encontrar letras o palabras ocultas”, explica Sergio. ¿El mejor reconocimiento para ellos? Que la gente les pida que firmen el cuadro que se están por llevar. Porque así de modestos son. Algunas pinturas son de Sergio, otras son de Mauro, algunos cuadros fueron hechos por ambos, unos tienen firma y otros son anónimos.
“Si no pintás con alguien, te aburrís”, aseguran. Para ellos, “el arte es un medio de expresión que te permite relajarte”. Los dos pasaron por la misma experiencia: aunque tuvieran un trabajo en otro momento de sus vidas, llegaban de noche a sus casas a pintar.
Por eso la actividad pasó de hobby a ocupación permanente, terapia y modo de vida. Mientras pintan en el taller de Potrerillos, escuchan música chill out, house y trip hop. Sus bandas preferidas son Morcheeba y Metro Area. Y antes de irse a dormir, después de un día de intensa creatividad, suena algo de “música mantra”.
El jeep de la alegría
El vehículo pertenece a Sergio. O pertenecía. Porque a partir de esta sociedad tácita, todo se dice en primera persona del plural. En una reunión con amigos, uno de ellos lanzó: “Estaría bueno que pintaran el jeep como ese cuadro”. Automáticamente, su propietario dijo: “Hagámoslo”. Al día siguiente, empezaron con la tarea que les llevaría dos semanas completas.
«Un chico de Potrerillos nos recibió en su taller mecánico y su casa contigua. Nos prestó un soplete y todos los elementos necesarios. Estuvimos viviendo 15 días ahí, hasta nos hizo de comer. Fue muy generoso”, relatan acerca de cómo llevaron a cabo una de sus últimas locuras.
¿Cuál es la reacción de la gente al ver el jeep? “¡Alegría! Hubo uno en calle Arístides que se nos tiró arriba del capó y lo besaba. Aplauden, tocan bocina, es muy divertido. Nos pidieron que pintáramos así una bicicleta”, aseguran.
Destino: Punta Cana
En 2007, Mauro hizo un viaje a República Dominicana, más precisamente a Punta Cana, lugar adonde vivía su hermano, también artista plástico. “Me quedé allá medio año, gracias a los contactos de mi hermano organicé dos exposiciones. Me encantó ese paraíso. Siempre me quedó la idea de volver”, cuenta Mauro.
La “sociedad” entre los artistas llevaba poco tiempo de vida, cuando Mauro le contó a Sergio acerca de su experiencia en esas playas de arena blanca y agua siempre transparente. “Le dije de irnos a Punta Cana y se copó. A los dos meses compró los pasajes y me cayó de sorpresa”, relata Mauro.
La fecha impresa en los tickets es el 28 de noviembre próximo. ¿Los planes? Llegarán a decorar un bar, que se llama “Soles”, y que es de un dj argentino. “En principio nos vamos a quedar 3 meses, que es lo que necesitamos para el trabajo en el bar. Y después vamos a ver, la idea es quedarnos un poco más. Vamos a llevar algunas obras, pero queremos producir allá. No solo cuadros, sino lámparas de cuero, que allá se venden un montón para la decoración de bares y hoteles”, asegura Sergio.
Al jeep lo piensan vender antes de irse. “Nos gustaría hacer algo así pero allá, con un escarabajo o una combi”, se aventuran. Y más adelante, les gustaría ir a Europa. “Tengo obras pensadas que quiero hacer allá”, afirma Mauro.
Mauro y Sergio, habitantes de una árida localidad sobre la cordillera de Los Andes, y ahora próximos a disfrutar del clima tropical. Artistas nómades, aventureros, lo suficientemente improvisados, aunque un poco con los pies sobre la tierra. Capaces de vivir de lo que aman y de hacer realidad sus sueños. Todo lo arriesgados que muchos no nos animamos a ser.