El clásico dilema de “Otra vuelta de tuerca”, de Henry James, escrito en el Siglo XIX, vuelve una y otra vez, aunque es difícil lograr el efecto de aquella célebre novela: en ella no sabemos quién está loco, si están todos locos, si los buenos están locos, si los malos están locos o si los que parecen más inocentes son los que realmente están locos, al punto de lo macabro.
Con esta miniserie, protagonizada nada menos que por Eve Hewson, la hija de Bono de U2, este efecto se logra. Aunque ha dividido las aguas entre la crítica, ocupó los primeros puestos de Netflix porque engancha y da mucha curiosidad.
En un principio, vemos a una madre soltera (Simona Brown como Louise) que se ve envuelta en un triángulo amoroso con su jefe, el psiquiatra David (Tom Bateman), casado con Adele (Eve, hija de Bono).
Sabemos que Adele estuvo en un neuropsiquiátrico luego de sufrir una tragedia familiar, que su mejor amigo en la institución se llamaba Rob (Robert Aramayo) y que se dedica a hacer nada, ya que es una millonaria que presume de ser millonaria y que va al gimnasio pese a que claramente vive empastillada.
Hasta aquí, la adaptación de la novela de Sarah Pinborough es pausada, sin acción ni gore, pero con sutiles gestos que hacen que uno quiera saber qué pasa en ese triángulo, o mejor dicho, en ese cuadrilátero del que va tomando protagonismo el amigo Rob.
Las dos mujeres del psiquiatra -la amante y la esposa- estrechan su amistad porque comparten el mismo infierno: tienen pesadillas vívidas y recurrentes, y ambas apelan a las técnicas de Rob -el amigo fiel del neuropsiquiátrico-, para salir de estos sueños horrendos.
La madre soltera, que cuida en soledad a un niño muy pequeño, se dará cuenta en los encuentros con Adele de que el matrimonio amigo-amante es poco más que extraño, y que guarda oscuros secretos que ni ella ni el espectador logran descifrar.
En un capítulo pensamos que el psiquiatra es maltratador, en otro que la bella hija de Bono de mirada azul es una potencial asesina a la que hay que atar, en el siguiente que Louise tiene la culpa de todo por meterse donde no la llaman y en el otro que Rob del psiquiátrico va a aparecer para calmarlos -o matarlos- a todos.
Cuando pasan las horas y la serie, la explicación a tanta locura se va abriendo paso, siempre bajo la mirada perdida, angelical y profunda de Adele.
Como el botecito que va lento por el río y comienza a acelerar para caer de repente en un enorme salto de agua. Así va esta esta historia, que requiere cierta paciencia, que se puede ver por partes y que, como recomendación, se debe disfrutar sin leer spoilers y con la mente abierta y atenta.
Todo lo que pasa, todo lo que sucede y todo lo que vemos encontrará su explicación en el final. Un final que indignó a algunos críticos, pero que fascina al público porque es un viaje a lo profundo de la mente, cuyas capacidades pueden ser infinitas para bien o para mal.
En resumen: vale la pena, porque no es fácil hacer terror psicológico y esta miniserie tiene mucho y del bueno, además de escenarios londinenses y bosques y prados de Escocia. Un cuento de metafísica, pesadillas, bondad, maldad, envidia y amor, locura y muerte.