[highlight color=#df0074] EN PRIMERA PERSONA [/highlight]
¡Cómo me gustaría ser negro!
Por Matías Rojo (*)
En mi familia todos tenemos el mismo apodo. A mi papá, mis tíos, mis hermanos y a mí nos dicen Negro. Nada muy grave. Quizá el caso más extremo se lo llevó mi papá, que a los siete años tomó lavandina para huir del mote.
Yo, en cambio, lo tomé como una expresión de deseo. De pibe quería bailar como trompo, aunque siempre tuve la agilidad de un Playmobil. A mis 15 años hubo una ola retro que recuperó los ’70 y yo empecé a dejarme crecer un poco los rulos y las patillas. Nadie entendía qué hacían esas patillas en la foto de la renovación del DNI, pero para mí estaba claro. Usar patillas era de negro. Ser negro era lo mejor que podía pasar en la vida de alguien, incluso para mí, que soy más bien tirando a gris.
Hay un momento en la película The Commitments (Alan Parker, 1991) en el que Jimmy Rabbitte le dice a sus compañeros de banda que tienen que hacer covers de soul porque «los irlandeses somos los negros de Europa; los dublineses somos los negros de Irlanda; y los del Barrio Norte somos los negros de Dublín». La música negra es el lamento de todos los desclasados del mundo y de mi barrio también.
Estos son cinco discos que escucho por estos días. No pretenden ser los mejores, solamente la muestra de lo mucho que me gustaría ser un poco más negro.
[highlight color=#df0074]Alabama Shakes. Sound and Color (2015) [/highlight]
Brittany Howard tiene tatuado el estado de Alabama en su brazo derecho, todo entero. A su vez, Brittany podría ser de mi familia. Cada vez que la veo me acuerdo de mi tía Chela, hermana de mi abuelo paterno. Hay en las mujeres de mi familia un gen igual al de Brittany, que se va esparciendo silenciosamente por todas las generaciones. Ella, al igual que mi tía Chela, oscila entre el ronquido y la dulzura. Es la reina de la dualidad, de los extremos secos. Quizás está en el gen.
[highlight color=#df0074]Leon Bridges. Coming Home (2015)[/highlight]
Canta, baila y usa los pantalones como si estuviera detenido en el tiempo. Leon es texano, fue lavaplatos y todo parece indicar que como Marty McFly también viajó al sábado 12 de noviembre de 1955. Es un cantante de soul clásico en la era de la selfie, y su cuenta de Instagram es casi tan coqueta como sus temas. «Somos jóvenes pero miramos atrás cómo gente vieja canta Franny Glass en Tan Campante y este disco parece ser la prueba de esa teoría».
[highlight color=#df0074]Ben L’Oncle Soul. Ben L’Oncle Soul (2010)[/highlight]
Es francés, pero su nombre se lo debe a una marca de arroz de Texas (Uncle Ben’s), que tenía un señor afro con moñito en su logo. Benjamin Duterde, tal su nombre original, creció en Tours sin conocer a su padre, que se había quedado en la isla de Martinica. Cantó en coros de góspel, su primer disco es en francés e inglés y un día, a los 22 años, conoció a su padre. «Incluso en los detalles cotidianos somos idénticos», dijo en Paris Match.
[highlight color=#df0074]The Meters. Rejuvenation (1974)[/highlight]
Esto es funk de guitarras como compases de una marcha funeraria en una iglesia de New Orleans. Alegre y virtuoso. En este disco se puede escuchar nítidamente de dónde viene el funk. Yo imagino a los sucesivos guitarristas de los Red Hot Chili Peppers de pibes sacando estos temas en la guitarra.
[highlight color=#df0074]Benjamin Booker. Benjamin Booker (2014)[/highlight]
Rápido y furioso, es el Dominic Toretto del blues proletario. Hay un personaje mítico en el góspel que se llama Willie Johnson, El Ciego. Con su voz de tenor cantaba canciones religiosas refugiado en la oscuridad de la ceguera allá por el inicio del siglo XX. De Willie J. dicen que su madrastra lo dejó ciego echándole lejía en la cara como venganza a una golpiza de Johnson padre. En esta tradición se inscribe Booker: crudo, eléctrico, impredecible y escalofriante. Nostalgia e intimidad casi confesional. La guitarra y su carraspera son un canto apuñalado a dos voces.
(*) Cineasta y sociólogo. Especial para InMendoza.