En Mendoza, más precisamente al este de Maipú, en Barrancas, en un rinconcito de la ruta del vino se encuentra Olea Bonsái, un museo abierto con diferentes variedades de bonsái creadas por Andrés Bicocca (39), un mendocino que lleva más de 10 años apasionado por esta forma de arte.
Hace alrededor de 2.000 años, en China, nació el bonsái como un objeto de culto entre los monjes taoístas. Los árboles representaban para ellos un puente entre el cielo y la tierra, entre los humanos y la divinidad, una especie de símbolo de eternidad. Su posesión y cuidado se reservaba a las personas de clase alta, y los monjes disponían los pequeños árboles en vasijas en las escaleras de sus templos, para rendirles culto. Creían que quienes podían conservar un árbol en maceta tenían asegurada la vida eterna.
Más de mil años después la tradición fue llevada a Japón y desde entonces, a paso muy lento, esta expresión artística ha llegado a nuestro mundo occidental, tal vez con algunas desviaciones de lo que originalmente fue.
«Es muy importante destacar que el bonsái es un arte, no un adorno» dice Andrés Bicocca. «Es una expresión artística compleja, es mezcla de botánica y arte oriental. Para nosotros es difícil de comprender todo eso, desde la estética japonesa hasta la relación de ellos con la naturaleza».
Curioso y muy cercano a las «cuestiones artísticas» como dice él –también es músico– Andrés se convirtió en un autodidacta del bonsái e investigó hasta que supo todo lo que tenía que saber para animarse a practicarlo. Actualmente no sólo es un experto sino que viaja por Argentina y otros países dictando talleres y charlas para otros interesados y asociaciones de bonsái, especialmente sobre la técnica de madera muerta, su especialidad.
En Olea Bonsái, el museo de Barrancas, también funciona una escuela donde se dictan cursos tanto para mendocinos (con menos de 10 estudiantes fijos) como para los turistas que llegan a conocerlo. Además del hermoso espacio al aire libre cuenta con una cabaña para alojamiento.
Entre las variedades que se pueden observar en Olea Bonsái hay jarilla, zampa, olivo, moradillo, molle, cerezos, membrillo, salvia, tomillo, granado y aguaribay, entre otras. Muchas de ellas se encuentran en Mendoza, y Andrés las toma para intervenirlas.
Para hacer un bonsái, explica, se puede comenzar con una semilla, un plantín, o con la técnica llamada yamadori, que consiste en recoger un árbol de la naturaleza. Esta última es la preferida de Andrés, que utiliza para sus trabajos plantas que se extraen de los desmontes cercanos a su casa.
«La idea es hacer un réplica en miniatura de la naturaleza. Podés hacer plantas con flores y frutos… lo que a mí me gusta es el dramatismo en las plantas, es mi influencia de Mendoza, porque acá hay mucho desierto y las plantas son como sufridas, tienen partes muertas, por ejemplo, y a mí me gusta transmitir eso justamente» dice.
–¿El árbol sufre de alguna manera al ser criado como bonsái?
–No. La teoría de que el árbol no crece, o le duele algo, es falsa. Los árboles no tienen sistema nervioso sino que actúan por estímulo: cuando les quitan un porcentaje de verde, responde generando más. Ese tipo de reacciones que tienen los árboles es lo que usamos nosotros para formarlos.
Fotos: gentileza Horacio Altamirano.