Los paisajes malargüinos no dejan de sorprendernos. Los colores de las montañas y los ríos son intensos y saturados. El cielo de día y de noche deja una huella, sobre todo cuando la oscuridad plena deja ver la Vía Láctea en todo su esplendor.
Esta vez decidimos remontar la ruta 226 que une Las Loicas con el Paso Vergara también conocido como Portezuelo del Planchón por el glaciar que reina sobre las cumbres del complejo volcánico Planchón-Peteroa, uno de los más activos de la región ya que su registro histórico incluye una veintena de eventos eruptivos.
El camino, sin asfalto, para circular preferentemente en camioneta, acompaña el curso del Río Grande de un color verde turquesa como casi todas las cuencas malargüinas. Entre medio, valles, veguitas y pastizales verdes alimentan la veranada de los animales de la zona.
En Las Loicas, el pequeñísimo y último poblado en la ruta hacia el Paso Pehuenche se toma la ruta 226 cruzando el Río Chico. En adelante habrá que andar 100 km de pura piedra, de un paisaje tan extremo como precioso.
A muy pocos kilómetros del Paso nos detenemos para acampar en las inmediaciones de la Gendarmería, exactamente a los pies del Peteroa que desde su fumarola activa emanan nubes de un humo sulfuroso.
A cinco minutos están las Termas del Azufre, hoy completamente abandonadas bajo la imponente presencia del Glaciar. Nos quitamos la polvareda del viaje en los piletones de piedra donde ebulle agua caliente. El complejo termal solía ser visitado por miles de chilenos que cruzaban desde Curicó para beneficiarse con sus minerales. Hoy parecen las ruinas de un pueblito medieval perdido en la montaña.
El regreso hacia Malargüe lo encaramos por un camino que recién en 2011 quedó transitable. En lugar de bajar hasta Las Loicas, en el puesto Doña Angela cruzamos el famoso Puente Amarillo hacia el Portezuelo de Carqueque que nos llevará durante 37 km hasta los Castillos de Pincheira.
Un camino que vuelve a sorprendernos por la hermosura de sus paisajes. Con abruptas subidas y bajadas el Carqueque atraviesa cerros con tesoros de otras Eras donde estas tierras estuvieron sumergidas en el mar. Dolinas escondidas, arroyos que brotan de rocas pulidas por el viento, vertientes inesperadas, flores violetas y otras amarillas y sorpresas geológicas hacen que el incesante traqueteo de las piedras valga la pena.
La fortaleza de Pincheira
Nuestro paseo termina en los famosos Castillos de Pincheira, formaciones rocosas que por la acción del viento y el agua han adquirido la forma de una fortaleza medieval. En una cabaña sobre la margen del Río Malargüe, con comodidades suficientes para acampar, se pueden degustar comidas típicas del lugar mientras se aprecia desde enormes ventanales la vista de los castillos naturales. Un puente colgante sobre el río conduce al pie de las singulares formaciones rocosas donde, según cuenta la historia, solía esconderse de sus correrías el bandido José Antonio Pincheira.
Estas paredes enormes, semihundidas en las montañas malargüinas, tienen todo el aspecto de un castillo abandonado hace siglos. La imponente roca erosionada oculta historias lejanas de bandoleros y caudillos. Un arriero se encargará de contar, qué cosas sucedieron allí durante el tradicional paseo a caballo que los visitantes pueden hacer desde la posada ubicada al pie de los singulares castillos sureños. El viento y la soledad de esas tierras acompañan el paso a caballo mientras la tarde cae sobre el único rancho visible en esa inmensidad. El Río Malargüe es también el único murmullo lento que interrumpe de vez en cuando los relatos del arriero.
En la posada, recortes de viejos diarios cuentan lo mismo que relatan los lugareños cada vez que alguien pregunta quién fue Pincheira. Y alrededor de un fogón, o explorando las cuevas del gran paredón de piedra los turistas se remontan al 1800 para repasar las últimas guerras donde se batieron realistas y revolucionarios.
Texto y fotos: Valeria Mendez