Probemos con esta definición: un intento por darle a lo oscuro la luz brillante de la belleza. O con esta otra: una estética del desequilibrio. Una más: la poética corpórea de los contrastes. Resumir el arte escultórica del mendocino Guillermo Rigattieri nos pone siempre contra las cuerdas de lo impreciso. Y es que sus obras tienen una intensidad plástica evidente, pero un contenido conceptual que suele perturbarnos a los espectadores. Monstruos en cuya deformidad radica la hermosura, seres al borde de la caricatura, personajes de metal construidos para transmitir fragilidad, de eso se compone la fauna particular que el talentoso artista esculpe en el taller de su casa de la Sexta Sección. Quizá Rigattieri lo que hace simplemente es borrar los límites de lo terrible y lo hermoso, porque para él todo es posible de ser traducido en la belleza. Por eso también (por borrar los límites) es que su arte ya no se conforma con las esculturas, sino que da un paso más hacia los sonidos y ya no es extraño verlo pulsar las cuerdas de un bajo. Un último intento de definición: artista sin límites. Eso es Guillermo Rigattieri.
Ver: 1Minuto con Alberto Thormann / 1Minuto con Mariana Päraway / 1Minuto con Dan Alterman