Las pinturas de Alberto Thormann (Mendoza, 1959) parecen mecanismos perfectos, usinas generadoras de belleza en las que cada trazo, cada contraste y cada color están en la tela porque no pueden estar en otro lugar. Sin embargo, tal vez sí haya algo que esté de más en ellas: la firma. Si un artista firma sus obras para dejar constancia de su autoría, ese aspecto resulta accesorio en los cuadros de Thormann, porque su pintura es tan personal que no puede confundirse con otra. Una obra de Alberto Thormann es, ante todo, una manera única e inimitable de entender el arte. Un cuadro de Alberto Thormann es su propia firma. Una firma persistente que es también un regalo de belleza para nuestro mundo.
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