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Paula Michelini: el vino como herencia, la impronta como elección

Entre proyectos personales, etiquetas heredadas y una aventura compartida en Italia, la joven enóloga, parte de la nueva generación de viticultores mendocinos, está construyendo una carrera que une legado, experimentación y técnica.

La última vez que hablamos, Paula estaba en Ezeiza. En pocas horas subiría a un avión rumbo a Italia, donde la esperaba Marta, su amiga y colega con la que comparte un proyecto singular: hacer la misma etiqueta en continentes diferentes. Aunque ya vamos a llegar a esa parte.

Creo que esa mezcla de vértigo y expectativa característica de estar a punto de comenzar un viaje es, en gran parte, la forma en la que la viticultora vive el vino: en movimiento, entre la creación y la experimentación, con la juventud como motor y la intuición como brújula. 

Una infancia entre viñedos

Paula creció en una familia atravesada por el vino. «Somos una familia grande. Mi papá, Matías Michelini, fue el que empezó con el tema del vino. Después se fueron sumando mis tíos y juntos en 2010 hicieron una bodega en Chacayes, que se llama Super Uco. Fue como una bodega escuela para todos los hijos: somos 21 primos».

Así cada vendimia se convertía en un juego, todo en un entorno donde lo natural era regla. «Lo que ellos dijeron desde siempre es que no querían químicos ni herbicidas porque éramos niños». Esta filosofía heredada marcaría la creencia de Paula de trabajar ecológicamente y, más adelante, biodinámicamente.

Después del secundario, decidió alejarse de ese universo. «Mi sueño era ser directora de cine, guionista, en Hollywood». Estudió unos meses en Nueva York y luego decidió mudarse a Buenos Aires. Pero la ciudad la agotó. Volvió a Mendoza con la idea de probar otra ciudad donde estudiar cine, pero su padre le puso una condición: trabajar una vendimia con él para juntar plata. La idea parecía pasajera, pero bastó una semana para que cambiara el rumbo. «Me di cuenta de que era lo que quería hacer toda mi vida».

Sitio La Estocada y la biodinámica: estar presente en la tierra

Hoy Paula es enóloga en Sitio La Estocada, la finca familiar ubicada en Gualtallary, Tupungato. «Mi papá tuvo la posibilidad de viajar mucho y probar vinos afuera, y daba la casualidad que los que lo emocionaban eran biodinámicos», como si tuvieran otra energía. Así que, cuando comenzaron con La Estocada, en 2020, decidieron que ese lugar iba a utilizar este método. 

Esta práctica parte de la idea de Rudolf Steiner, austríaco que planteaba que un cultivo no está aislado, sino en diálogo constante con el suelo, el cielo, los animales y las personas que lo trabajan. «Steiner pensaba que un lugar, por ejemplo una huerta, no estaba conectado solamente con el suelo, sino con todo: con el cielo, con las personas, con los animales. Y todo influye sobre ese cultivo», explica la enóloga.

En La Estocada esto se traduce en un ciclo donde humanos, plantas y animales trabajan juntos. «Tenemos la viña y está lleno de pasto entre medio, no tocamos el suelo. Los animales salen a pastorear: mientras se alimentan y cortan el pasto, fertilizan. Es un ida y vuelta para la planta y los animales. El humano entra ahí para intervenir. Es un trabajo en conjunto».

La biodinámica incluye dos grandes ejes. Por un lado, el calendario lunar y astral: «Saber los ciclos lunares y astrales y guiarse por ellos para hacer los trabajos en la finca». Por otro, el uso de preparados: remedios naturales hechos a partir de plantas y restos animales, que se aplican al compost o directamente en el suelo. «Son varios preparados que vos aplicás para darle diferentes propiedades al suelo. Nunca usás químicos: todo lo que hacés durante el año es guiarte por ese calendario y aplicar preparados con plantas que cultivamos».

Este trabajo le dio paciencia, respeto por la tierra y una base enorme para el resto de sus proyectos. «Hay algo en la biodinámica que te da mucha presencia del lugar en el que estás y de lo que estás haciendo».

Entre lo aprendido y lo propio: los proyectos de Paula

A los 25 años, además de su trabajo en la empresa familiar, Paula tiene proyectos con impronta propia. Su primer vino, Enorgullecida, nació en 2019. Siguiendo los pasos de su padre (el primer enólogo en hacer un naranjo en Argentina), su primera creación fue un naranjo. Ese año un cocinero lo probó y decidió comprar toda la producción para su restaurante. Fue él quien eligió el nombre y diseñó la etiqueta.

Con los años, recuperó la marca y la hizo totalmente suya. «Hoy cuido más mi producto, lo hago valer más. Aprendí que mejor tenerlos para mí y venderlos yo». Fue la primera lección de un recorrido donde la confianza y el instinto pesan tanto como la técnica.

En paralelo apareció otro capítulo. Una etiqueta de su padre, llamada La Chica del Dragón, confundía a muchos, que la felicitaban a ella creyendo que era suyo. Matías decidió entonces cedérsela a su hija: «Me dijo: “Creo que te eligió a vos”».

Así, Paula encontró un espacio para arriesgar y dejar volar su creatividad. «Es donde me animo a crear, a probar. Son vinos que no se repiten, ediciones únicas». El proyecto funciona como un laboratorio personal: un lugar donde equivocarse también forma parte del proceso.

En 2022 sumó otra aventura junto a  Marta Venica, una amiga italiana. Ella es del noreste de Italia y, en una visita a Mendoza, encontró un viñedo de tocai friulano, variedad típica de su región. Así nació La Chica y el Caballo: un vino de la misma variedad, con la misma forma de vinificación pero un año se produce en Mendoza, al siguiente en Italia. «Al probarlos a ciegas, te das cuenta de dónde vienen». El proyecto se vende en conjunto: dos botellas, dos geografías, un mismo idioma enológico. Ese era el motivo de su viaje cuando hablamos: encontrarse con Marta en Italia y dar otro paso en esa aventura compartida.

Además, junto a su pareja, Franco Galigniana, desarrollan Descendientes de Viticultores de Montaña, proyecto que saca el lado más técnico y preciso de la joven enóloga. Acá la apuesta fue transformar una finca convencional hacia un viñedo vivo y equilibrado mediante agricultura regenerativa. «Sentía que no iba con mi filosofía hacer vinos naturales pero viniendo de una viña que no lo era. No me sentía cómoda», cuenta Paula. El proceso requiere paciencia: plantar especies nuevas, devolver vida al suelo, confiar en los microorganismos invisibles. «Es más tiempo, más presencia. Hacer de un suelo muerto un suelo vivo». 

Ansias por el futuro mientras transita el presente

Hoy la emoción de Paula pasa por el crecimiento diario de  Sitio La Estocada. A futuro, sueña con tener su propio lugar: «Una finca con mis viñedos, mis animales, mi casita y mi bodega. Poder hacer todo ahí».

Mientras tanto, los viajes siguen marcando su agenda. Italia la espera para volver a unir geografías y crear vinos que sorprendan. «Es la primera vez que voy a conocer la región de Marta. Por fin voy a poder conocer ese lugar en el que venimos trabajando hace tanto», me dijo, entre risas nerviosas y la ilusión de quien a los 25 años ya tiene una carrera prometedora, pero sobre todo, fresca, creativa y con muchas energías por el futuro.

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